Francisco Gallardo, médico y escritor ,»Me siento muy de San Lorenzo, pero mirando a Nueva York»

Francisco Gallardo, médico y escritor ,»Me siento muy de San Lorenzo, pero mirando a Nueva York»

Por Luis Sánchez Moliní en Diario de Sevilla. Foto:Belén Vargas

El doctor Francisco Gallardo (Sevilla, 1958) pertenece a esa tercera ciudad que no ve contradicción alguna entre lo local y lo global, entre su vinculación emocional con la Soledad de San Lorenzo y su interés por el vasto mundo que se abre más allá de la Puerta de Jerez. Aunque acaba de publicar los recuerdos en sepia del barrio de su niñez, ‘Cuaderno de San Lorenzo’ (Algaida), concibe la nostalgia como un ejercicio gozoso, nunca como una excusa para la melancolía. Escritor, viajero asiduo, ex jugador de la selección española de baloncesto, parroquiano de bares y tabernas, médico deportivo… nadie puede decir que este antiguo alumno de los Maristas y con raíces familiares en Mairena y Manzanilla, no sabe aprovechar la vida. Como escritor ha entregado a la imprenta las novelas ‘El rock de la Calle Feria’, un retrato sevillano de la generación de la Transición; ‘La última noche’, que trata sobre el desconocido mundo de la medicina femenina en Al Andalus; y ‘Áspera seda de la muerte’, con la que ganó el premio Ciudad de Badajoz y en la que indaga en un caso de malos tratos en la Sevilla de inicios del siglo XIX. Como médico especializado en Medicina y Traumatología del Deporte ha trabajado en el Caja San Fernando de Baloncesto; el Club SatoSport y el Centro de Alto Rendimiento de la Cartuja. Actualmente atiende en el El Instituto Salud y Deporte Dr. Gallardo.

-Mucho se habla del nacionalismo de la Alfalfa, pero menos del chovinismo de San Lorenzo… ¿Cuál es el hecho diferencial de este barrio?

-Tenemos la leyenda (para algunos certeza histórica) de que el rey San Fernando, tras la conquista de Sevilla, ubicó a sus más fieles colaboradores en San Lorenzo y los eximió de pagar impuestos.

-¿Como los vascos?

-Sí, pero se suele olvidar, y por eso lo quiero recordar. Dicho esto, he de decir que también soy un enamorado de Triana, el Porvenir, el Cerro… He vivido también mucho en la Alfalfa, donde tengo la consulta, que pese a estar a quince minutos a pie de mi casa de San Lorenzo, es un barrio muy diferente. De broma, le suelo decir a mi buen amigo y compañero Ismael Yebra -abanderado del nacionalismo de la Alfalfa- que aquí me siento en el extranjero.

-Ha nombrado varios barrios extramuros. Con la invasión turística y la colmatación del centro parece que se cumple aquel viejo eslogan publicitario de ‘Sevilla son sus barrios’.
-Sí, una de mis aficiones es la historia del urbanismo, con la que se aprende mucho de la ciudad. Todo ese gran proceso de apertura al extrarradio que se dio, sobre todo, a partir de los años cincuenta, es determinante para Sevilla. No se puede identificar lo sevillano sólo con intramuros. La ciudad es mucho más.

-Y de su barrio-nación de San Lorenzo, ¿qué provincia destaca?

-La plaza… Ese es mi territorio mítico. Jugué allí de niño, en un barrio que era absolutamente interclasista. Allí nadie tenía apellidos y nos juntábamos el hijo del marqués, el que su padre acababa de salir de la cárcel… Era uno de esos barrios con su tienda de ultramarinos, lechería, panadería, zapatería… Es el mundo que he intentado recuperar en mi libro Cuaderno de San Lorenzo. Decía Montesinos que la plaza tenia algo de mágico, y yo creo que sí… Atrae, es como un imán.

-La plaza fue sometida a una intervención muy criticada… ¿comparte el disgusto?

-Me quedo con la plaza que tengo en la memoria: más pobre, más sucia si quiere, pero más genuina… Ahora no está mal, pero emocionalmente me quedo con la antigua.

-San Lorenzo sigue siendo un barrio muy genuino, con sabor a ciudad antigua.

-En el barrio, hasta el momento, ha existido una cierta resistencia. Entiendo que el turismo es necesario y me niego a ser un purista, pero está claro que hay que buscar soluciones al problema.

-Dicen de usted que es muy aficionado a los bares…

-A mí lo que me gusta es leer en un bar. Es algo que ya no se lleva, pero que era relativamente normal en los setenta y ochenta… Uno podía ir al Giralda y tomarse una cerveza mientras leía una novela. También me gustan las pocas bodegas que van quedando, más por la vida que hay dentro que por la bebida. En la zona de las calles San Luis y Feria todavía hay bares en los que se puede leer. La afición a los bares se la debo a mi padre, quien no tenía una cultura de fin de semana, de week-end, como ahora. Él salía cualquier día de la semana: a Casa Ovidio, a Casa Clemente… El bar, la bodega, formaban parte de su vida cotidiana. Eso es lo que me interesa… No se trata de beber, sino de con quién se bebe. Esos momentos del bar con los amigos son vitalmente muy necesarios.

-Con sus ‘Cuadernos de San Lorenzo’ de algún modo se inserta en la larga tradición literaria del barrio…
Desde muy joven ya me fascinaba Rafael Laffón. También Montesinos, que residía en Madrid, pero al que veía muchas veces pasear por su calle Santa Clara. Me asombraba su niñez perpetua, su jovialidad, los ojos tan claros… Por supuesto Bécquer siempre está presente, y Romero Murube… Son escritores de los que me he nutrido, me cuesta mucho pensar que puedo tener algo que ver con ellos.

-Tiene una larga y profunda relación con el Baloncesto. Antes, en esta Sevilla de monocultivo futbolístico, se decía que era un deporte de niñas.

-Mi padre nunca me fue a ver jugar un partido… Con 14 o 15 años me llegué a tomar el baloncesto como algo muy prioritario. Jugaba con mi Colegio, Los Maristas, y el Club Amigos del Baloncesto. Hubo algunas posibilidades que podrían haber cambiado mi vida, aunque ahora no me arrepiento de no haber tirado por ahí. Tuve la suerte de jugar en la selección nacional juvenil en la época de Epi, Iturriaga… Con el tiempo, la carrera de Medicina fue siendo más importante.

-¿Nunca le ofrecieron ser profesional?

-El Real Madrid de Corbalán quiso ficharme… Pero hubo personas que por mí dijeron que no. No me arrepiento. Posiblemente mi vida hubiese sido peor.

-Aún así no se desvinculó del baloncesto y se especializó en Medicina Deportiva.

-Tuve la gran suerte de ser el médico del equipo de baloncesto de mi ciudad.

-Después de un momento de cierto esplendor del Caja San Fernando, el baloncesto ha vuelto a ser un deporte cenicienta en Sevilla…

-Yo viví los momentos grandes del Caja, con José Alberto Pesquera y Petrovic, cuando se llenaba el Palacio de Deportes, con unas ocho mil personas. Hay que hacer autocrítica, ¿por qué el Unicaja, en Málaga, tiene una estructura de club que aquí nunca hemos sabido construir?

-¿Qué le enseñó la experiencia de médico del Caja?

-Muchísimo. El deporte, y de ahí su éxito, es una explicación de la vida. Aprendí que un buen líder es más importante incluso que los entrenamientos. En un vestuario hay mucha literatura, aunque sobre Baloncesto hay muy poca escrita: Corre, conejo, de John Updike… alguna alusión al baloncesto femenino de Tom Wolfe, y poco más.

-¿La experiencia más dolorosa?

-Cuando un jugador se lesiona definitivamente y se queda sólo con su familia y el médico.

-Las relaciones de la medicina con la literatura son, sin embargo, muy intensas y fructíferas. Ahí están Chéjov, Baroja, Martín Santos…
-…Céline… Ismael Yebra y yo tenemos el proyecto de un libro sobre médicos escritores. Estoy convencido de que Pío Baroja sin la medicina habría sido otro escritor o que Martín Santos nunca hubiese podido concebir Tiempo de silencio sin su experiencia profesional. Ahora menos, pero los médicos siempre escribieron muchísimo debido a la necesidad de redactar las historias clínicas, que son para Pedro Laín Entralgo las primeras fuentes para la Historia de la Medicina.

-Pero don Pío dejó rápido la Medicina.

-Sin embargo, su biblioteca estaba llena de libros científicos y médicos. En su obra influyó mucho Claude Bernard, que es el gran fisiólogo de la Historia de la Medicina. En su literatura hay influencias médicas muy evidentes… El mundo social del Madrid de La Busca, Aurora Roja, etcétera, no se puede comprender sin las teorías antropométricas que atribuían a los rasgos físicos los caracteres de los personajes.

-Como no podía ser de otra forma, la medicina también está muy presente en su producción literaria.

-La última noche, por ejemplo, está basada en una tesis doctoral que nunca leí. Allí cuento la historia de dos mujeres de Al Andalus que ejercieron como médicas (no como curanderas), la hija y la nieta de Avenzoar…

-El gran médico de la España islámica.

-Sí, el gran médico clínico. Averroes era más filósofo, algo que le recriminaba Avenzoar.

-Otra de sus novelas con una potente carga histórica es ‘Áspera seda de la muerte’.

-El origen de esta obra se lo debo a mi gran amigo el americanista Bibiano Torres, quien un día, ordenando los archivos de la Iglesia de San Ildefonso, se encontró con la nota de un abogado que le pedía al párroco información sobre un feligrés, un teniente que había combatido en la Guerra de la Independencia, al que la mujer había denunciado por malos tratos. En el Archivo General de Andalucía logré encontrar el documento del juicio, en 1813, en el que hay mucho peritaje médico. Investigué también en la Academia de Medicina y comprendí el nivel impresionante que tenía la profesión médica sevillana de la época. Allí está la primera edición de la Enciclopedia Francesa…

-¿La de Diderot?

-La Academia importaba muchos libros científicos de París, donde estaba la medicina más avanzada del momento.

-También tiene una novela generacional, ‘El rock de la calle Feria’.

-Ese es un libro que pudo escribir cualquiera de mi generación; es una novela sobre esa Sevilla que vivió la Transición tanto política como de las costumbres, con Triana como banda sonora.

-¿Nostalgia?

-Como dice Gonzalo García Pelayo, sólo tengo nostalgia del futuro. No me interesa la nostalgia como ejercicio doloroso, sino para recuperar un tiempo y una memoria. Ese periodo del que habla la novela sigue despertando cierto interés en las nuevas generaciones. Ahora la vamos a reeditar con una portada de Manolo Cuervo.

-La nostalgia como ejercicio gozoso, no doloroso.

-La memoria debe ser una celebración. Escribiendo Cuaderno de San Lorenzo me he dado cuenta de que todo ha tenido un sentido.

-Por lo que se ve, San Lorenzo es su Ítaca.

-Totalmente. He viajado mucho, pero siempre he vuelto a San Lorenzo… Ese viaje entre lo local y lo universal es lo que me mantiene vivo. Me siento muy de San Lorenzo, pero mirando a Nueva York.

-Me gustaría una reflexión final sobre la medicina actual. ¿Cree que los médicos ya no tienen el aliento humanista de antes?

-Como le he dicho, sólo tengo nostalgia del futuro, de lo que me voy a perder como médico. Es fascinante la época que estamos inaugurando. La medicina que estudia ahora mi hija no tiene nada que ver con la que yo aprendí en la Facultad. Las posibilidades de curación y mejora de calidad de vida del ser humano que se abren son impresionantes. Estamos en una época nueva, pero no podemos perder el sentido común que me enseñaron mis grandes maestros.

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