DE AMOR & DESAMOR RAPHAEL CON LA ORQUESTA SINFÓNICA DE RTVE

DE AMOR & DESAMOR RAPHAEL CON LA ORQUESTA SINFÓNICA DE RTVE

He sentido el último disco de Raphael cruzando la tierra de parte a parte como un gigantesco temblor que sacude entero el suelo que pisamos. Más que un disco, me ha parecido un seísmo que nos coge desprevenidos en nuestras cosas de todos los días, en los enredos de tantas horas… o quizás hasta dormidos, aletargados o enfermos de montones de parálisis causadas por incontables decepciones. Vivir no es fácil. Nadie con cordura dijo que lo fuera. Sólo los mentirosos son capaces de afirmarlo. Y los idiotas también.

Este disco es una especie de alarma social, contiene la sirena de una urgencia, toda la prisa de unos latidos y un pulso que en el momento menos pensado se nos puede quedar entre las manos, camino de cualquier unidad de cuidados intensivos. Está cantado agitando un pañuelo blanco por la ventanilla abierta de un vehículo desbocado, pidiendo auxilio para todos, para un mundo que busca el socorro apremiante de un vendaje. Hemos tocado fondo. El amor se desangra. Algunos se han quedado a salvo del egoísmo; pero la mayoría… ¡la mayoría!

Este disco está cantado y está gritado en carne viva. Nos llega con canciones del Raphael de siempre, de sus paralelos Manuel Alejandro y Perales, en esta etapa en la que Raphael es como nunca, me parece que el mejor de todos los que ha sido, demostrando con rotundidad la evolución que ha conquistado a base de su obsesión por perfeccionarse, eterno descontento ajeno a complacerse con tanto y largo éxito. Le resbala el pasado y revalida su vigencia. Agradece los aplausos, pero no se emborracha con ellos. Me estremeció cuando comiendo juntos hace unos días le pregunté:

-¿En qué momento entre tantos notaste en tu vida que había llegado el “gran momento”, que todo empezaba a funcionar después de tantos sacrificios? ¿Fue con “El Tamborilero”, verdad? ¿Fue ahí, a partir de ahí?

-Es que aún no ha llegado ese gran momento, me contestó.

Yo creo que Raphael ya no es aquel, sino mucho, muchísimo mejor, y eso que ya era sublime desde el comienzo de su carrera, vocalmente impecable cuando cantaba “Ma vie”, “Aleluya del silencio” o “Balada de la trompeta”. Y un genial intérprete de historias de tres minutos. Pero este disco… ¡ay, este disco! Ya no canta canciones, sino películas dignas de un gran actor desempeñando el gran papel prestado de las desolaciones de tantos. La Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española lo acompaña magistralmente esta vez, dotándolo de una acústica fílmica y dramática, por si quedaba duda de que Raphael es la banda sonora de millones de personas en el mundo. La inspiración de Fernando Velázquez sobre todo, que alcanza hasta las cimas de lo solemne, lo ha elevado a la mejor categoría de lo cinematográfico. Más que a un Grammy, podría ser nominado a un Oscar. Este dichoso disco -dichoso de dicha- suena en pantalla grande, parece acabar con créditos finales y es como una conmoción que divide al planeta en sus dos componentes esenciales, más allá de la apariencia de continentes y océanos, que lo abre por su grieta más honda y su herida más lacerante, lo deshace en las dos sustancias más humanas del universo: el amor y el desamor.

En realidad, el amplísimo repertorio de Raphael siempre fue cantado desde la piedra de toque, desde el centro de gravedad de la existencia. Todos sus discos podrían haberse titulado igual que este, De amor & desamor, como sucesivas entregas de lo que más gozamos y en donde también más nos duele vivir. Pero esta vez lo define sin rodeos, sin sinónimos, sin parecidos. Es frontal. Es nuestra raza de humanos habitando en un lado o en otro según cada destino, abocados a un reparto en el que se decide la felicidad o el infortunio de la gente, como separados de la noche a la mañana por un muro invisible que nos despertara divididos y que nos incitara a escapar desesperados de una zona a la otra, a saltar desde la rutina a lo excepcional.

Es un disco tan bueno, tan auténtico y tan veraz que al pronto de oírlo me ha hecho hasta dudar de su legitimidad. Porque es intimidatorio hasta meternos el dedo en las llagas, nos tumba en el diván y nos hace el psicoanálisis. Nos increpa por asalto. Crees comprarte quince canciones, pero te llevas tu radiografía.

No he escuchado en mi vida un disco así de Raphael, tan sobrecogedor, tan fulminante como una mirada directa y sin disimulos, pero tan comprensiva con todos. Con este disco, Raphael te clava sus ojos más que nunca, pero para ampararte más que nunca. No te deja a solas en tu historia, sino que te acompaña en ella. Es, sin duda, el amigo “que hace el favor”.

En la carpeta el artista afirma que canta con una voz experimentada, “tan experimentada” dice. No puedo estar más de acuerdo. Tiene una conciencia justa acerca de sí mismo. Su garganta logra una hermosura tallada con tiempo, un aroma que llegara de bodegas, de reservas bajo bóvedas umbrías e íntimas, desde odres nuevos con sabor añejo. Tiene cuerpo y solera. Y posee bellas roturas en aquellas precisas sílabas que necesitan la escritura quebrada de la mejor emoción. Escuchen “En carne viva”, uno de los más humanos desgarros mejor cantados, una desesperación que se está quedando exiliada de estos tiempos en los que ya casi nadie espera a nadie. Escuchen “Se me va”, “Frente al espejo”, “Dile que vuelva”, “Me estoy quedando solo”, o ese baremo -como lo llama el artista- titulado “Desde aquel día”. Raphael se está saliendo con la suya (aunque parezca ya un imposible) de aprender constantemente la profesión que más le gusta del mundo. Está en el cenit del arte en mayúsculas, el que transmite hasta extremos que erizan la piel.

Gracias a todos los que con Raphael nos han dejado este tesoro excepcional de su discografía: a Paco Salazar, Jacobo Calderón, Manuel Martos, Rosa Lagarrigue, Universal, Jesús López, Javier Martín, a la Orquesta Sinfónica de RTVE y, cómo no, a Fernando Velázquez, el fascinante músico bilbaíno que da la impresión de haberse encontrado providencialmente en el lugar profesional oportuno, para propiciar en términos de grandiosidad el encuentro entre la música sinfónica y Raphael.

Su voz, “como siempre, sólo sabe cantar” -y cada vez mejor- esta inmensa moneda con dos caras que es el amor, troquelada por dos suertes distintas y decisivas para la vida de todo ser humano.

José María Fuertes

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