EL ESTRECHO MARGEN DE LOS AÑOS

EL ESTRECHO MARGEN DE LOS AÑOS

Ella empezó a darse cuenta de que la cantidad de cosas que podía meter en un equipaje de veinte años, ya no era la misma que con más de cuarenta. Ella: la que empezó la vida con ese maletón gigante de la juventud, cuando el esplendor más insultante permite hasta llevar los cierres medio abiertos, en ese tiempo en el que no importa que alguna ropa se salga escapada de apreturas, mientras se va quedando por los suelos sin que se vuelva la vista atrás, ni preocupe recuperarla. Da igual. Hay más. Habrá más.

Pero ha llegado al día en el que le sale una cuenta rara sin cifras abultadas, cuando percibe un ahorro de posibilidades, de corregir su despilfarro, de calcular meticulosamente cada pieza elegida, cuando la vida es, ya más que nunca, puro ajedrez en un tablero con las jugadas previstas según nuestros movimientos.

El 5, que ya otea por el calendario, le parece un signo cargado de declives. Y empieza a decirse a sí misma que las mujeres viven más que los hombres, pero tienen menos tiempo que ellos.

Ya sabe que el amor no se improvisa. Lo tiene grabado a fuego a base de lacerantes despedidas. Y lo recuerda en varias pruebas fallidas, en apuestas fuertes, en arriesgarlo todo a un solo número. Ha visto que los príncipes azules acaban desteñidos. Ahora busca rasgos humanos, no perfiles de cuentos. Los impulsos se le han hecho aliados de los desencantos. Y se ampara en unas cuantas decenas de frases de facebook que otros le sirven en pantalla, cuando la esperanza se alberga en recuadros, cuando escudriña los renglones del último libro que se trae entre manos, como si buscara apoyos ajenos para las propias inseguridades.

¿Quién iba a decirle que podían llegar estos días de servicios mínimos con trenes de cercanías?

Quiere convencerse a estas alturas de las ventajas de la independencia. Pero hay determinaciones que minan las madrugadas; y propósitos que zarandea el silencio. La luna es un reverso de noches vacías. Una luz de azogue que descubre contornos de recuerdos, que la acusa en blancuras de insomnios sin abrazos. Y un reloj fluorescente le va enseñando todas las horas oscuras por delante, mientras le duelen las que se fueron y gastaron en pasiones que ya no siente.

José María Fuertes

Tagged with:

Artículos relacionados

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.