¿CRUEL DICE?

¿CRUEL DICE?

Dice que ha sido víctima de una cruel y despiadada persecución. Lo afirma nada menos que quien ha sido estos últimos cuatro años el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial; o sea, el máximo responsable de la judicatura española y cuarta autoridad del Estado. Se llama, como ya saben todos, Carlos Dívar, y no es posible señalar en sus últimas declaraciones para dimitir un mínimo vocablo de disculpa.

Si le quedaba algo de sensatez fue manifestar que lamentaba el “quebranto” que ha padecido el poder judicial con la difusión de su denuncia, la de los veinte fines de semana en Marbella y en hoteles de lujo a costa del dinero público.
Dívar: me coge usted por la calle de la lucidez más descarnada del asco y la repugnancia por las altas instituciones malogradas de mi gran país, España, donde en cuestión de meses nos han estafado dos veces con las promesas de sendas campañas electorales; un Rey se ha ido a cazar elefantes; su yerno presuntamente ha trincado todo lo que ha podido; y ahora, por saltar las cuentas interminables de un rosario de corrupciones, va el máximo responsable de la Justicia que ya era de por sí un cachondeo -peruano si me apura- y se las gasta, nunca mejor dicho, en hoteles de lujo en Marbella (perdone por la imprecisión y el acaloramiento, que eran sólo de cuatro estrellas, vaya por Dios).
Dívar: no le quepa duda -y mi propia vida podría demostrárselo con creces- de que las opciones de amistad y sexualidad de los demás me merecen todo el respeto del mundo. Ahí no reside la honradez o no de nadie. Pero cargar a los presupuestos del alto órgano que presidía el coste de unos viajes privados por un valor cercano a los veintiocho mil euros, no tiene nombre, aunque usted recurra a la palabra cruel para llevársela a su favor desde un diccionario que entre unos y otros van a hacer trizas en sus significados.
Dívar: me ha tocado conocer esto en los tiempos felizmente escapado de una parte ñoña, estéril y pasiva de la sociedad sevillana más indolente, a la que cualquier día y tal como están las cosas se las van a dar todas juntas. Antes sólo me daba el sol. Ahora tengo luz dentro de mí. Y voy por la vida con la segura y firme zancada de un beatle cruzando el paso de cebra de Abbey Road.
¿Cruel dice? ¿Usted, desde Puerto Banús, sabe qué quiere decir cruel?¿Les preguntamos qué quiere decir cruel a los padres de Marta del Castillo? ¿Les preguntamos qué entienden por crueldad a los familiares de las víctimas de ETA? ¿Y a la sociedad española que vio en la calle a De Juana Chaos con las manos manchadas de sangre de veintiséis delitos contra la vida de tantos inocentes? ¿Les preguntamos qué es cruel a quienes padecen atracos, violaciones, maltratos físicos y psicológicos, violencia de género, tirones, robos, viendo impotentes cómo sus agresores pasan dulcemente a eso que llamamos desmoralizados disposición judicial? ¿Le preguntamos a la Policía Nacional si no es cruel que se dedique diariamente a una ardua y arriesgada tarea de detenciones para que los delincuentes plagados de antecedentes penales entren por una puerta del Juzgado y salgan impunes por otra? ¿Le preguntamos eso de cruel a tantos abogados de la ética y la dignidad de su profesión, por la cantidad de sueños de estudiantes de Derecho que se han dejado por el camino de la praxis, viendo de una sala en otra que el ordenamiento jurídico español es papel mojado en miles de sentencias?
Dívar: yo no me cebo con nadie y menos con usted. No recurro ni a su foto para publicar esta opinión. No quiero contribuir a multiplicar más, como se ha hecho estos días, la imagen de un hombre que se ha equivocado viajando tanto a Marbella con dinero público, desaprovechando la hermosa oportunidad de haber cambiado las estructuras, dejando escrita y firmada una maravillosa y oportuna página para los españoles, un necesario y urgente pulmón como un parque en medio de tanta contaminación.
Los que pergeñamos como mejor podemos y entendemos esta manía del alma de juntar palabras escritas, las estamos pasando canutas con quienes las usan tan inexactamente como usted, porque van a acabar por dejarlas un día desprovistas de auténtico sentido. Ha dejado usted -le han obligado a dejarlas- las presidencias de los más altos órganos de la judicatura española. Le ruego que deje también tranquilo al Diccionario de la Real Academia. Y, sinceramente, le deseo mucha suerte de ahora en adelante.
José María Fuertes

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