Los que nacen con la cara de lo que serán

Los que nacen con la cara de lo que serán

Wayne vino preparado con la cara para irse al Oeste. Chaplin quedó listo desde el parto para coger más tarde su bastón y vestir la famosa indumentaria que lo convertiría en un icono universal. Piaf trajo el rostro desamparado de sus dramas cantados. La Davis, toda la astucia y maldad de sus guiones y el ocaso de Baby Jane, en el magisterio de interpretar la decadencia. La Garbo nació entre los claroscuros más seductores del cine en blanco y negro, como si Rembrandt hubiera pintado sus películas… No acabaría de citar casos en los que la cara ha sido el espejo del arte.

 

El punto de partida de mis reflexiones viene de una conversación que mantuve sobre esto con Raphael, cuando le dije que había nacido con la cara de El Tamborilero. Sinatra no acertó de pleno grabando el famoso villancico. Sinatra tuvo que esperar para que sus facciones fueran las de «My way» y tantas otras canciones geniales de su repertorio. Sinatra tuvo que acusar los rasgos marcados por su tempestuosa y destructiva pasión con Ava, las amenazas de suicidio para retener el amor de la diva, el alcohol, las inyecciones de testosterona, la cocaína, Las Vegas, New York o la Mafia.  

 

Hay artistas que tienen la cara de lo que interpretan, para que puedan cumplir perfectamente su destino, para que ellos mismos no sean un obstáculo de lo que desean transmitir, sino todo lo contrario: el medio más rápido y eficaz.

 

Y es que hay fisonomías definitorias de quienes las poseen. Es como cuando decimos de alguien que no conocemos: «Ese tío tiene cara de cura»… ¡Y resulta que es cura! Y hay artistas que traen la cara exacta de su papel. Lo mismo que otros quieren el papel, pero no se ajustan a la fisonomía que exige. Y, a menos que se resuelva siendo Boris Karloff o Freddy Krueger, el físico se les convierte en un inconveniente insalvable, porque carecen de un elemento muy importante para llegar al público.

 

La primera vez que tuve conciencia clara de este requisito fue con Juana Reina. Era mi amiga, una verdadera amiga, y así me dio tiempo de advertir, en privado y en escena, hasta qué extremos su estampa completa parecía desplegarle una alfombra por la que llegar con todos los honores hasta cada corazón. Entre ella y sus coplas estaba la línea recta, la distancia más corta entre dos puntos. La distancia más corta entre lo que se proponía y lo que lograba, entre sus sueños de triunfo y la realidad de sus éxitos.  Tenía los ojos desolados de “Y sin embargo te quiero”. Miraba con la resignación de “Yo soy esa”. O poseía el brillo encendido y feliz de “Señorío”, cuando le cantaba a Sevilla y ella parecía izarse como si fuera la misma bandera de la tierra que la vio nacer. Antes de que abriera la boca, Juana Reina ya era la mejor postal de su ciudad. 

Me resulta curioso que después haya sabido que existe, desde el siglo XIX, una disciplina denominada psicomorfología facial, que se encarga de analizar nuestras facciones y el modo en que las emociones, vivencias y pensamientos quedan marcados como a fuego en el rostro. Es el conocido dicho «la cara es el espejo del alma», que yo he trocado antes por “la cara es el espejo del arte”. Y no pocas veces el requisito de la expresividad comprende un conjunto entero, el del cuerpo, como ocurre en el toreo o en el baile (para componer la figura más pinturera). O las manos precisas apoyando el lenguaje maravilloso de intérpretes colosales como María Dolores Pradera o Chavela Vargas.

Dedicaría un capítulo aparte a las sonrisas, a las dentaduras más famosas que han sabido meterse en el bolsillo a millones de personas. Sonrisas tan decisivas como la de Manuel Benítez, El Cordobés, absolutamente eficaz en su estrategia publicitaria.

Ustedes mismos añadirían a mis ejemplos muchos más que están en la mente de todos: Marylin Monroe, hecha para la seducción; Humphrey Bogart, presto para sus gabardinas, mascotas y sus cigarros; Elvis Presley, para encantar hasta a las serpientes; Lola Flores, auténtica faz del temperamento… muchos más. Y vendrían a confirmar con ellos, también todo lo contrario: cuántas veces los que hubieran sido un famoso cantante, un renombrado actor, una célebre actriz, se quedaron a la mitad de camino por culpa de padecer el inconveniente del físico que nos les acompañaba. No nacieron con la cara de lo que soñaron ser. La cara del éxito.

 

Pepe Fuertes

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