LA ASIGNATURA DEL INCONFORMISMO

LA ASIGNATURA DEL INCONFORMISMO

Decir a escolares entre 10 y 16 años que luchen por una ciudad mejor, que no se conformen, que se impliquen para cambiar las cosas, me parece muy importante. Lo ha hecho Juan Ignacio Zoido, Alcalde de Sevilla, ante cuatrocientos alumnos del Colegio de las Esclavas. A mí al menos, y en ese preciso momento, no me pesan los prejuicios que pudiera tener sobre un político (con la de prejuicios que todos tenemos ya sobre los políticos). Me vale el saberle capaz de llevar tal mensaje a quienes cuanto antes necesitan vivir de esos propósitos.

En un mundo de tantos adultos conformados, resignados, indiferentes o rendidos, es loable que un hombre de la edad de Zoido diga a unos niños y niñas que cuando él era como ellos, ya fue un inconformista, pero que ahora lo es “aún más”.

Los inconformistas son una especie de lacra social para los cómodos, los flojos, los muertos vivientes que sólo desprenden un cadavérico olor a cloroformo. Y son especialmente mal vistos en una ciudad como Sevilla, plagada de indolentes, ávidos de engrosar cofradías, pero retraídos y ocultos cuando se trata de reivindicar los derechos de auténticos crucificados por montones de clavos. Tienen bastante con llamar amargados a los inconformes. Y a comulgar otra vez, que no falte.

Espero que esos niños del Colegio de las Esclavas, entre quienes están mis hijas, no vivan un día de la morfina del tapeo y sepan servir, mejor que aceitunas, un futuro lleno de maravillosos inconformistas que cambien el mundo.

Pepe Fuertes

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