ASIGNATURA PENDIENTE

ASIGNATURA PENDIENTE

Tenía montones de cosas que hacer ahora mismo, pero las han detenido las palabras de una mujer que me escribe acerca de la pena que siente por la institución del matrimonio y por lo poco -me dice- que cree la gente hoy en día en el amor verdadero.

Me hace llegar su queja desde su propio matrimonio, al parecer tibio y gastado en miles de intentos de futuro que nunca atrapa donde ella lo siente. Y confiesa:

-Yo me resisto a ser una descreída más, a pesar de mis circunstancias. Ya sé que tú vas más por las consecuencias de las separaciones, pero una cosa conlleva a la otra.

Se para la tarde aunque avance hacia el ocaso esta luz nublada de comienzos de otoño. Lo aplazo todo. Me ganan estas angustias y tristezas de quienes me confían sus preocupaciones. Y le digo:

-No, no. Yo voy por el mismo sitio que tú. Te equivocas. Lo mío no son las separaciones, sino las uniones. Lo humano no es destruir, sino construir. Y ahora, ya divorciado, es cuando precisamente más creo en el amor verdadero, el que dura toda la vida y hasta después de ella. No he claudicado en nada. Claudicar no existe hasta que me echen la tierra encima, hasta que me cubran de fin y de adiós.

Escucho decir con frecuencia por los lares de cierta edad:

-Es que uno no puede pretender enamorarse ahora como cuando tenía veinte años.

Y replico de inmediato:

-¡Ah no? Pues yo estoy convencido de que uno puede enamorarse hasta mejor, hasta más, con el mismo corazón joven de entonces y los pensamientos que han sido tan caros de conquistar.

Hay, como en aquella película española de los primeros destapes, una asignatura pendiente del mundo. Una asignatura de la que la mayoría de los humanos no ha pasado de sacar adelante unos parciales. Una asignatura perenne que rota una y otra vez como por convocatorias de junio, septiembre o febrero.

Contemplando a mi alrededor un ambiente cada vez más desolado de amores para siempre, un día le dije a mi madre:

-Es que vuestra generación no nos enseñó cómo teníamos que hacer esto.

Y ella, cargada de razón, me contestó:

-Es que nosotros tampoco lo aprendimos de otra forma.

No escribo encerrado en mi mundo, sino con lo que recibo tan generosamente del vuestro. Y le digo a esa mujer que, por más que yo haya mordido el polvo de miles de realidades de este planeta difícil, tampoco soy un descreído. No sé qué conseguiré al final con mi buen puñado de sueños; pero de lo que estoy seguro es de que la muerte no lo tendrá fácil conmigo y habrá de darme un buen empujón para que, en el último día, vaya a caer justo al pie de todas mis ilusiones, de todos mis deseos.

José María Fuertes

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