SI YO FUERA ARENAS

SI YO FUERA ARENAS

Si yo fuera Arenas -o yo mismo en sus circunstancias- anoche hubiera tenido una monumental bronca con Rajoy. Si yo fuera Arenas -que es obvio que no lo soy- anoche le hubiera cantado las cuarenta a Montoro, mientras aplaudía junto a mí en el balcón de la calle San Fernando la amarga victoria del PP en Andalucía. Hubiera enseñado al ministro de Hacienda que en Sevilla hacemos mucho más que tocar las palmas; y menos cuando no pegan. Montoro es tan torpe y anda tan fuera de lugar como los que aplauden una saeta mientras entra el Gran Poder.

Se han pagado los errores que van de noviembre a marzo. No dogmatizo – eso, por más que se quiera, no está al alcance de nadie-, cada cual va a hacer de este fracaso las lecturas que desee, en su derecho está. Pero la interpretación de uno es ahora la misma que la de sus pronósticos: esperaba el batacazo en estas elecciones. Gente próxima me tenían por equivocado. No soy un lumbreras, pero una auténtica estafa electoral subiendo los impuestos no era otra cosa que un salidero de votos, una vena safena de la política engañosa de Rajoy por la que se escaparía la sangre a borbotones. Y Arenas lo sabía, por eso intentó anudar la grave herida de una mentira descomunal yéndose a persuadir al Gobierno de este riesgo. No le escucharon. Alguien ha recordado en la prensa que cuando Aznar perdió las elecciones, Rajoy le echó en cara:

-Tú y tu maldita guerra.

Arenas, en su contexto, podría remedar la frase a Rajoy. Sería un buen refresco de la memoria.

Ahora Montoro, encima, toca las palmas. Y a la mayoría obtenida por los votos populares le está esperando en la Junta el trasplante del Ayuntamiento de Sevilla, cuando ganando Zoido fue alcalde Monteseirín.

Igual que tantas veces los resultados de las elecciones generales predicen los de las autonómicas (lo que estaba pasando ahora con las falsas expectativas de los sondeos), igual los resultados autonómicos pueden ser un indicio de los comicios nacionales. Quedan cuatro años para eso, pero es posible que ayer empezara el rápido derrumbe de una confianza que ha durado sólo unos cuantos meses.

El discípulo Carlos Herrera le ha contado al maestro Jesús Quintero que llegó a decirle un presidente de gobierno, que no identifica:

-Esta crisis se va a llevar por delante al gobierno de ahora y al que venga.

El que “venga” es el que está. Y esto concuerda con la opinión generalizada en la gente, ayer palpable en las urnas, de que esto no va. Gran parte de los votantes que elegimos en noviembre al PP, no reconocemos ya en sus rasgos definitorios al Partido Popular. Yo en particular no acierto a identificarlo. Es como si votara a mi enemigo. El desconcierto es el único perfil que nos ha dejado la esperanza del principio. Y la división de opiniones entre sus simpatizantes.

Una tomadura de pelo como la de no subir los impuestos ha desinflado entusiasmos y creado la desconfianza, por no decir el miedo; ha descosido una cierta tranquilidad por las costuras de un país que tenía de antemano más rotos y agujeros de los soportables. Nos han endiñado una reforma laboral más estratega de despidos que de contrataciones; retenciones fiscales estranguladoras de una situación salarial gravemente desajustada con la carestía básica de la vida, donde se incrementa hasta el recibo de la luz; sueldos congelados sin visos de sacar a la encimera; copago sanitario; aumento del horario laboral de los funcionarios; y el drástico horizonte de una huelga general. ¿Qué más tienen pensado para los españoles, hacer pirámides como los egipcios?

Ayer, el propio PP desbarató una ocasión histórica después de treinta años de latifundio socialista. Ayer se perdió otro tren. Aunque parece que estuviéramos acostumbrados a eso desde aquel que tampoco llegó bien hasta Atocha.

José María Fuertes
fuertesaguilar@hotmail.com

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