Comentario a una fotografía de José Conceptes “El eco vertical de la sombra”, incluida en el Nº 232 de la revista “Mercurio” (Junio 2025)

Comentario a una fotografía de José Conceptes “El eco vertical de la sombra”, incluida en el Nº 232 de la revista “Mercurio” (Junio 2025)

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Muchas veces he reflexionado sobre “la verdad de la realidad” en comparación con “la verdad de lo representado”, como una doble ficción y sobre cómo influyen en nuestra interpretación, nuestros conocimientos previos.
Hoy he visto tres fotos de JOSÉ CONCEPTES (Vinarós 1979), pero sobre todo una donde satura los negros hasta el punto que no se puede saber, o al menos yo no, hasta donde los ha intensificado voluntariamente para que se resalten más los blancos, las opacidades, los grises y transparentes que delimitan las formas y las líneas -verticales y horizontales, escalonadas u oblicuas, geométricas o abstractas- que van a definir la fachada de un edificio ¿de viviendas?, ¿de oficinas?, ¿del centro de una ciudad?, ¿de la periferia?, eso no importa, lo único y relativamente cierto, es que parece de mediana altura y totalmente acristalado en comparación con el que emerge detrás de él, que puede sí calificarse como rascacielos.
En ese doble, o triple, o múltiple juego entre lo representado y la manipulación previa que ha hecho el artista al escoger un ángulo determinado, una hora del día concreta, un lugar aislado en medio del espacio circundante, recaerán los puntos de vista que sin duda condicionarán nuestra visión, y x tanto, buena parte de nuestra interpretación, que a su vez estará condicionada por la de él y por las cientos de cosas intermedias: el medio donde vemos si se trata de una original o copia de la foto que ha hecho el autor, o si esa misma imagen es una reproducción incluida en una revista, como es el caso, y por ello qué calidades tienen el papel, la tinta, el formato en que vamos a estudiarla o analizarla, para entender si quiera sea someramente, qué ha querido decirnos el autor con ella.
Este aspecto del Arte –lo que sugiere, lo que representa, lo que transmite- cada vez me interesa más, porque además de todo lo anterior, está lo que nos dice la propia obra. De manera que entre los tres: la obra, el autor y el observador, van a sucederse una serie de cuestiones intelectuales, unos flashes en el cerebro que decidirán no sólo su enfoque, sino el nuestro. Con él nuestro juicio implacable, querámoslo o no, acerca de si responde al Número PHI, a la Sección Aurea, a la simetría de la composición, o no, a la “limpieza” de las pinceladas en el caso de la pintura, la nitidez en el caso de la foto, el equilibrio en la escultura,…
En este contexto, el Arte es algo así como una realidad desdoblada, una cuestión que no tiene que ver con dislocación, la capacidad de trasladarnos en bilocución, nada relacionado con la bipolaridad en cuanto a escisión mental, pero que visto desde este prisma de desdoblamiento entre la imagen y el pensamiento, la forma, sus mensajes y su interpretación, sí puede hablarse –tal vez- de un cierto acercamiento a la psiquiatría si se llegan a deshacer las formas tanto, que no reconocemos exactamente lo que vemos (aunque la palabra exacto no me agrade y menos en este contexto), sino con lo que imaginamos: sombras, luces, reflejos que absorben o proyectan el exterior en el interior, el interior en el exterior, lo que pasa en la superficie, detrás o delante de los cristales o ladrillos de las fachadas. Lo que pasa en ese corte tangencial que será siempre una foto, porque la elección nunca será casual, aunque lo aparente.
Y he aquí, en la apariencia, donde se produce una tercera vuelta de tuerca, un “tour de forcé” que “riza el rizo”, porque una de las maneras en que se define a la fotografía, es precisamente como instantánea y si ciertamente lo es en el momento de hacerla, para nada lo es en el intelectual, en el pensamiento y la vida que ha existido antes de hacerla.
Nada más lejos de la espontaneidad en la fotografía en general y en esta en particular, porque se manipula el encuadre, se seleccionan los fragmentos, se les impone al visualizador lo que nuestra voluntad ha pretendido.
Pero el visulaizador a veces se rebela, tiene su propia opinión condicionada por lo ya visto, leído, oído, palpado, etc. y también manipula lo que quiere, aunque no lo reconozca.
Por otro lado está el concepto de lo bonito, que es tan falso como todo lo demás, porque la foto es buena o es mala, pero eso de bonito…deja mucho que desear fuera aparte de que el libro de los gustos está en blanco.
¿Ponernos de acuerdo ante una imagen? Vuelve a ser otra de las utopías peores que existen en términos artísticos, que es de lo que quiero tratar ahora. No. Nunca nos pondremos de acuerdo. Cada quien tendrá su razón, sus explicaciones, un discurso basado en sus verdades y mentiras, en las creencias devenidas de lo vivido en el Arte, dentro de él, porque de lo que intento escribir ahora, es de esa experiencia existencial, única e irrepetible, que se va a producir –o no- en el momento mismo en que se cruzan las miradas que confluyen en la obra, sus supuestos mensajes ocultos o explícitos.
Experiencia sensorial y mental, que será diferente en cada ocasión que la veamos e interpretemos, según nos invada el estado de ánimo, la edad, la salud, o si la hacemos en soledad o en compañía y en qué compañía,…
Esta experiencia es intransferible, porque tiene lugar en algún lugar de un axión de nuestro cerebro, en alguna célula de nuestro corazón, en alguna molécula de nuestra sangre, en algún átomo, en alguna partícula,…De no ser así, el Arte, su magia, su misterio, su magnetismo: No existirían.
Escribo hoy, 29 de junio de 2025, esta elucubración artística sobre una foto de JOSÉ CONCEPTES que me ha “asaltado” desde las páginas del último número de la prestigiosa revista MERCURIO, editada por el CICUS, de la Universidad de Sevilla, como un mero ejercicio manierista, una retórica recreativa del tipo de las que suelo hacer siempre cuando me encuentro con una foto que va más allá de los límites físicos del paisaje, bodegón, retrato,…más allá de los límites del formato que entiendo como un non finito que posiblemente se prolongará en el espacio y puede que en el tiempo, o se quede ahí, en la sala o página donde reposa.
Pero no, me digo, hay un más allá de lo que vemos, conocemos, sentimos, interpretamos. Ese más allá se llama Arte y este autor entiendo que lo tiene.
TERESA LAFITA

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