El pensador en la obra de Goya: Jovellanos y el sueño de la razón

El pensador en la obra de Goya: Jovellanos y el sueño de la razón

Pie de foto: RETRATO DE JOVELLANOS POR GOYA (1798).
Bastantes imágenes de la iconografía completa de GOYA pueden interpretarse desde el punto de vista del pensamiento interior, la reflexión profunda, el diálogo sin nostalgia de los recuerdos felices o las caídas libres en el mundo de las sombras, lo que nos dañó de alguna manera, fuimos víctimas fortuitas o vivimos acontecimientos demasiado intensos para nuestro intelecto.
Yendo un poco más allá, nos encontramos con ese plano superior de la melancolía tan magistralmente expresada por DURERO, ALCIATO, numerosos grabadores, escultores y pintores desde el Renacimiento. Complejo asunto este y difícil de representar si no se ha sentido profundamente angustia, desazón, desasosiego, soledad no querida,…
He aquí una vez más ese “tour de force” del Gran Maestro aragonés cuando opta por representarla en forma de abatimiento, de derrota moral, ni un momento para la esperanza.
El sentimiento de abandono y pérdida, de estar fuera, lejos de todo y de uno mismo, la desconexión inexplicable del espejismo de la “realidad”, le hace novedoso ante sus contemporáneos que atienden a encargos galantes, obras elogiosas, retratos que “mejoran” a los y a las retratadas, cuando él lo que hace es recurrir al verismo, a representarlos tal cual: si la dama tiene bigotes, no la depila; si el caballero tiene la panza enorme, es paticojo,…ídem. No hablamos de eso ahora en que quiero concentrarme en la desnudez física, estética y moral del arte en el autor que mejor que nadie plasmó esa sensación de impotencia, de fatalidad, de los abismos del alma –aunque “para variar” hizo lo mismo con las Apoteosis, la Gloria, la Corte Celestial.
Dejando a un lado sus retratos, reparamos hoy en el excepcional de su amigo JOVELLANOS, aquel político, legislador, miembro de Sociedades Económicas y tantas otras cosas, empeñado en evitar la decadencia de España y las ideas preconcebidas secularmente.
JOVELLANOS no puede más. Se le hace insoportable el peso de su existencia, y el de España. Se le nota herido porque le duele la incipiente y aunque rudimentaria nación no consolidada plenamente, pero sí con ese deseo de unidad anhelada, aunque ya no tiene las fuerzas de ese joven revolucionario, del gran orador que fue. No puede soportar el dolor de la Guerra de la Independencia, de todas las guerras y guerrillas que le tocó vivir asistiendo desde la primera persona al ser entre otras muchas cosas, Ministro de Gracia y Justicia.
Tampoco comprende la ingratitud social que aplaude lo contrario que le dicta su conciencia, es decir, su lógica. Una Lógica fundamentada en la Luz de la Razón por encima de cualquier otro aspecto (la fe por ejemplo, la superchería, la fuerza de las costumbres adquiridas o heredadas sin cuestionarse cualquier capacidad de innovación. La Razón de la Ilustración frente a un casticismo anclado en un pasado de pacotilla, pandereta, de falsas creencias obligatorias comenzando por la educación de la infancia.
Como GOYA era un hombre público y un exiliado interior por la incomprensión que supusieron sus ideas renovadoras, pero al contrario que este, las sufre en silencio, mientras que GOYA saca toda su furia en las obras que emprende como protesta, resistencia, activismo, revolución contra todo y contra todos salvo a los que admira como héroes. ¿CARLOS IV, FERNANDO VII, la Corte? Ni GOYA ni JOVELLANOS pueden con esto y optan sobre todo el pintor por autoinmolarse, autorretratarse en cada escena posicionándose en el papel de víctima, porque no es él quien se representa, sino el pueblo. Los “Desastres”, los lienzos de los fusilamientos a sangre fría, la lucha encarnizada en primer plano como motivo del lienzo,…
Toda su obra es un Manifiesto pacifista denunciando los vicios, describiendo (con pinceles, lápices, sanguinas, buriles, etc.) todas las crueldades de una sociedad tan caótica como la española. Conoce bien los estadíos del abatimiento, los momentos de soledad y además en compañía, no sólo por su sordera. Tampoco por su carácter analítico, rebelde, introspectivo y extrovertido al tiempo. Lo cierto es que todo eso lo es ¡y cómo!, como toda su obra monumental, una por una, son fragmentos en 2 D de la bondad y la maldad, de la belleza y la fealdad, de la síntesis y las antítesis de una cosa y su contraria.
Episodios que convulsionaron su intelecto y espíritu con algo del todo incomprensible, como es la desolación ante los acontecimientos por los que pasaba la Historia de España porque como JOVELLANOS no fue un sujeto pasivo. No quiso –no quisieron- que la Historia pasara por delante de él/de ambos, permaneciendo indiferente ante tanta barbarie: JOVELLANOS con la cárcel y él con el exilio.
Es por esto por lo que se convirtió en un testigo ingrato, y a la larga, su biografía y su obra, no son otra cosa que la documentación existencial de la catástrofe, también de los fastos y las glorias efímeras, las pasiones, virtudes y vicios como la envidia, la traición, …en un pueblo dual como (era) el nuestro, dividido entre un cainismo y un abelismo ancestrales, las clases altas y los pobres, los realistas y afrancesados,…
Desde este contexto, la Ópera Omnia del Gran Maestro aragonés, no ha sido otra que el retrato continuo de los acontecimientos que discurrían junto a él, el film completo del sufrimiento y del placer, de la dualidad de España. GOYA entero como símbolo de su país natal.
En JOVELLANOS, es GOYA el que cae, se corva, se entrega aparentemente a su destino para inmediatamente alzarse, autonacer por encima de sus dolores y del dolor de España, ese país de políticos corruptos y cabestros que conducían a su pueblo al “desastre”, a los “caprichos” de unos y de otros. No. De ninguna manera un revolucionario de la pintura y de la vida, que denunciaba por activa y por pasiva cualquier totalitarismo, no podía dejar escapar la ocasión para proclamar su independencia y en este caso, su elegante repulsa en el ya agotado JOVELLANOS.
Pero GOYA resucitará, emergerá de sus cenizas, se metamorfoseará las veces que sean precisas para salir de la adversidad, la amargura, se revolverá como un dragón herido dando coletazos y bramando fuego.
El cortesano, el sumiso también porque no tiene más remedio si quiere estar entre los elegidos por la fama, el amigo de las juergas, de los tablaos, sabe que debe encerrarse en sí mismo porque en el fondo sabe muy bien que la gente va por un lado y él por otro. En el fondo, es un ácrata que se resiste a obedecer algún credo o imposición, un verso suelto en el ojo del huracán. Doblarse, sí. Doblegarse, jamás. Ni él no JOVELLANOS están dispuestos a aceptar la mediocridad dominante, el absolutismo, la mentira impuesta por la fuerza.
JOVELLANOS semeja en el contexto de la gran panoplia de la obra de GOYA, la imagen del pensador, esa misma que va a evocarnos la celebérrima figura de “El Pensador” de RODIN hecha muchos años más tarde y sin que necesariamente el escultor francés se inspirara en el retrato goyesco al que nos referimos, ya que se basó en la Puerta del Infierno del Baptisterio de Florencia, de GHIBERTI, tantas veces reinterpretado por el simbolismo del hombre –y de la mujer- que se cuestiona su propia vida. Otro antecedente bien podría ser el retrato de LORENZO DE MEDICI, de MIGUEL ÁNGEL, en el sentido de la escultura sedente en actitud reflexiva.
También es la representación del propio GOYA como el filósofo de la pintura que también fue. Nada tienen que ver estas tres versiones: la de GHIBERTI, GOYA y RODIN, por orden cronológico, salvo el aspecto formal, compositivo: una persona que inclina su cuerpo, y que apoya una de sus manos (con la torsión del brazo) sobre su cara. No obstante en ellos hay algo que los unifica, como es el sentimiento trágico.
Esta obra de GOYA, como todas las suyas, no puede entenderse sólo con los ojos, pues está llena de claves que remiten a líneas de pensamiento convergentes y también divergentes con respecto a él mismo y a sus contemporáneos. No puede leerse sólo como un retrato más en su producción, ni mucho menos a la moda de esa etapa clave por la que comenzarán a escindirse los caminos unidireccionales que ha llevado la pintura y el arte hasta entonces, pues lo que GOYA viene a significar es precisamente la línea divisoria entre el viejo y el nuevo régimen en todo orden de cosas, pero fundamentalmente en Arte y en el Pensamiento.
La Melancolía ronda por doquier, se hace presencia soterrada, de igual modo dominante. Su época es convulsa, y él, el epítome de la misma. Recurrirá a esa emblemática sui generis para advertirnos de que la Historia se repite y que las dictaduras acechan. GOYA lo expone por activa y por pasiva, sólo que pocos no quieren olvidar sus advertencias.
Este lienzo merecería de un estudio mucho más amplio, pues además de todo lo expresado, destaca por la sobriedad cromática, el equilibrio de la composición, los escasos elementos decorativos: la cortina verde y dorada simétricamente dispuesta con el amarillo dorado de la mesa del despacho y el sillón y la figura alegórica de MINERVA, la diosa de la sabiduría, las Artes y la Guerra Estratégica, ni más ni menos que las virtudes de JOVELLANOS, a la que por cierto y haciendo un paralelismo con este, dispone también con la cabeza inclinada.
Esta misma dualidad/ambigüedad, la hemos visto ya en “El sueño de la Razón….”, sólo que aquí no produce monstruos, sino un cansancio lúcido, como la satisfacción del deber cumplido, de servir a sus propios ideales con respecto al progreso de esta incipiente nación. El discurso plástico de GOYA desde esta perspectiva, se convierte en una verdadera lección de política. O debería.
TERESA LAFITA

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.