Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui.  Etapa 13.  La Carlota – Córdoba 1 de Junio

Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui. Etapa 13. La Carlota – Córdoba 1 de Junio

Juan Rincón.

Hoy tendría que contar muchas cosas sobre ese tipo especial de gente que se acerca a las pancartas para hacerse fotos solamente y va a las manifestaciones a charlar con los amigos y las amigas de mil asuntos que no van para nada con el asunto que les lleva a manifestarse. Tendría que decir cosas de ese tipo especial de gente que no gasta la cuerdas vocales en los cortejos de manifestación más que para pedir que no nos pongamos delante cuando viene los periodistas y que creen que el resto de la manifestación está a su lado para hacer de paisaje sonoro. Son funcionarios y funcionarias – ya lo dije nos días atrás – de su propio y gastado ego, prisioneros de la vanidad de su cargo. Pero no, hoy no hablaré de ellas ni de ellos. Sé que tendré que darme muchas duchas para quitarme el olor de su pestilente presencia y que me sanarán ante las ampollas del empeine que las heridas hoy de mi paciencia.
La lucha del pueblo saharaui merece mejores valedoras. Quizás deba hablarles de E. y de C. , dos mujeres cordobesas que han acogido en su casa a los caminantes de Cádiz solo porque supieron que hacía falta un lugar dónde acogerlos, porque entre tanto discurso inflamado nadie les había dicho donde iban a ducharse o dormir hoy o dónde iba un servidor a escribir estas dolientes lineas. El caldito de C. me ha reconciliado con el espíritu humano . Mucho más que una surtida cena pagada por un ayuntamiento pero en la que nadie, ningún concejal delegado, ningún alcalde, se sienta con nosotros a escuchar nuestros chistes malos y nuestras andanzas del día. Dónde va a parar. Con gente como C. o como E. puede contar el pueblo saharaui para su liberación. Con los otros y las otras , no sé yo.
Y es que yo tenía pensado contarles hoy de otro caminante, digamos que se llama J., que se incorporó tarde y tímido pero con su pinta de niño perdido nos emociona cuando nos cuenta como colgó una bandera saharaui de la Torre Eiffel o como estuvo de “observador” en los juicios farsa contra los actuales presos políticos saharauis. Y lo cuenta como si no tuviera importancia como si no mereciera casi nuestra atención. Cuando yo veo a J. me imagino que fue un niño gordito que sufrió bullyng y que se hizo tan tierno y solidario por esas razones. Y mañana vuelve a su tierra. Y N. también. Y los tres supervivientes caminaremos las dos últimas etapas de esta primera parte un poco huérfanos de su presencia.
Hoy llegamos a Córdoba a encontrarnos con las demás columnas de caminantes. El acto fue por momentos emotivo pero veinte portavoces son demasiadas palabras para un concentración rala, escasa o que al menos no era tan numerosa como yo había esperado. Trescientos kilómetros de pasos dan derecho a cierta cantidad de esperanzas, creo yo. ¿Por qué las organizaciones con derecho a ocupar el escenario con sus palabras durante dos, tres o cinco minutos, no son capaces de llevar al acto nada más que a su portavoz? ¿Por qué los sindicatos que presumen de mayoritarios no son capaces de estar presentes en este acto tan necesario nada más que con un miembro de la ejecutiva? ¿Dónde están los afiliados y afiliadas de esos partidos tan comprometidos con la causa saharaui? De nuevo el pueblo saharaui ,intuyo, sigue despertando más simpatías que apoyos reales. La simpatía de las palabras que el viento se lleva. ¿Cuantos caminarán mañana con nosotros aunque sean un kilómetro? Admito apuestas.
Hoy mientras atravesamos Aldea Quintana , cuando parecía que el sol iba a apretar , un perrillo con collar antiguo, famélico, deshidratado y con pinta de abandonado empezó a seguirnos. Cruzaba peligrosamente la carretera una y otra vez pero no se acercaba al grupo, no me dejaba darle agua o acercarle un trozo de bocadillo. Pensé que no le convenía nuestra presencia, nuestra cercanía, que cuando la buscaba se jugaba la vida. Quizás haría mejor en buscarse aliados entre otros perros vagabundos y asaltar las despensas abarrotadas de los chalés de segunda residencia dónde intuía el agua y la carne. ¡Vaya metáfora visual con la que me abofeteaba la vida! Ahí lo dejo.

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