ROMERO DE SEVILLA PARA RAPHAEL

ROMERO DE SEVILLA PARA RAPHAEL

Hoy concluye en Madrid el extenso periplo de los conciertos en 2014 de Raphael por todo el mundo -lo de por todo el mundo es como siempre-, con el colofón final de haber agotado todas las localidades durante un mes en la capital de España. Eso también es como siempre y el acostumbrado esprint final propio del gran vencedor que llega a su meta. Por ahora. Porque tú hablas con Raphael cara a cara y a solas, y en sus ojos no hay metas; en su mirada no hay llegadas, sino puntos de partida y aprendizajes, ganas de empezar como el que no tiene nada y ha de ganarlo todo, y un constante afán de superación. Me dejó atónito el día que le pregunté mientras almorzábamos:

-¿En qué momento de tu vida notaste que las dificultades del principio habían terminado y que por fin estabas triunfando?

Y tan tranquilo, como si no fuera Raphael, me contestó:

-Es que ese momento aún no ha llegado.

Yo creo que esta gira internacional De amor & desamor es la gran gira del reestreno, como en el cine. Es la gira que puede repetirse de la misma manera que repetimos ver las grandes películas una y otra vez sin atisbo de cansancio. Probablemente ha sido la mejor gira de su dilatada carrera. Sobre todo ahora que sus canciones de siempre han sonado a nuevas en la batuta del exquisito Fernando Velázquez, como si hubieran sido llevadas a la gran pantalla a través de su concepto sinfónico, además de que el actor Raphael las hubiera interpretado con más autenticidad que antes, superando con creces sus propias versiones originales. Lleva su vida escrita en la voz. Se puede oir perfectamente la madurez. Se puede escuchar cada color de una biografía que ha conquistado el más bello y difícil contraste de lo humano. Raphael canta y dice mejor que nunca las luces y las sombras de vivir apasionadamente, a tope. Su fraseo contiene la enorme carga emocional de cada sílaba tributada con la experiencia. Hay cotas tan altas de expresividad máxima e insuperable como cuando comienza “Me estoy quedando solo” o “Se me va”. Y tiene el valor de un loco cuando canta “En carne viva” sin anestesia.

Estás soberbio, Raphael. A ti te lo digo ahora, querido amigo. A ti en directo, con lo que tú sabes tanto de directo. A ti me dirijo en esta larga cambiada que me hago desde mis renglones para los lectores que por ti me siguen en tantos países, hasta las butacas del Compac Gran Vía, donde a estas horas te encontrarás sentado solo, en tu íntimo idilio feliz con el teatro, antes de que abra sus puertas y, entonces, la platea y el principal, los palcos, se llenen de afortunados que han podido hacerse con un sitio para verte… y te olvides del tiempo cuando empieces a cantar.

Estás soberbio, Raphael. No te vayas nunca. Déjate de que un día te tomarás unas “largas vacaciones”. Mira, amigo: te escribo desde la tierra en la que hubo un torero llamado Curro Romero. Tú sabes. Pero que te lo cuente si no mi paisano, tu ingeniero de sonido, Miguel Ángel García Osorno.

Aquí llegó a bastarnos con que aquel faraón hiciera el paseíllo. Contemplar sus andares, sus hechuras y el arte con que llevaba el capote, ya era suficiente para dar por bien pagado el precio de entrar en la plaza. Y media verónica de ensueño o un lance de capa cincelado, nos sobraban para el recreo de la memoria durante años. Se salía de allí dando pases al aire como si levantásemos monumentos de brisa a sus maneras inolvidables.

Contigo nos va a pasar igual, Raphael. Que te lo digo desde Sevilla, la que te adora. Que entre todos, Rusia, América Latina, Estados Unidos, extenderemos por tu mundo inacabable un ruedo de albero de gloria dorada para tu forma de salir al escenario. Ya verás cómo caben eternamente tus brazos abiertos recibiendo la ovación atronadora que siempre te recibe con los públicos en pie. Construiremos una gigantesca Maestranza que abarque los arcos del sol y de la sombra de tantos países, en la bella caída de todas las tardes del planeta y en la hora justa de una nueva gran noche en la que no te canses de cantarle a las estrellas.

No te retires nunca, Raphael. Y si acaso, termina como empezaste: sin cantar incluso. ¿No fue así el día que te examinaste de artista, que no te dejaron ni abrir la boca? ¿No te dijo Antonio, el gran Antonio el bailarín presidiendo el jurado, ¡váyase!, ¡vale!, porque tuvo bastante con ver cómo saliste a escena para darse cuenta de lo que se nos venía encima? Se nos venía encima Raphael, artista por tós los cuatro costáos, como decimos aquí.

Tú como Curro, Raphael, dejando el sello de tu estilo inconfundible, el que nació contigo y se irá contigo. Sigue cantando por naturales, la única forma honrada en la que has sabido cantar siempre. Envuélvete en la capa de tus romances. No dejes de hacer siquiera el paseíllo. Y si hiciera falta, acaba como al principio: no cantes, lo mismo que el día del Sindicato del Espectáculo. Tú sal desde bastidores hasta el filo mismo de las candilejas. Y ya está. Deja sólo andando el aroma eterno de un artista como no nació otro ni nacerá. Y estoy seguro de que siempre, a tus pies… ¡habrá romero de Sevilla y del mundo entero para Raphael!

José María Fuertes

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