CAYETANA

CAYETANA

Vivir es un arte como otro cualquiera y ella supo sentirlo como nadie. Cayetana ha pasado por el trance que menos le iba a su naturaleza indomable frente a enfermedades y achaques: Cayetana se ha muerto, con lo poco que ella tenía que ver con eso. Lo de morirse no le pega nada a la Duquesa. Pero el de la muerte es el único pulso perdido de antemano por todos. Incluso por quien como ella existió con el mayor entusiasmo ante la vida. Fue incansable en la pasión por habitar de un sitio a otro este planeta. Y Sevilla; esta machadiana Sevilla en la que siempre se sintió imbatible para el asombro y para el amor, tan cerca de los patios donde florece el limonero.

Que nadie diga ahora eso tan propio para muertos que es contar que se ha ido. Cayetana no se ha ido. Cayetana no se hubiera ido nunca de la vida y mucho menos de Sevilla. La ha echado a la fuerza el tiempo, su edad, y una neumonía incurable. ¿Qué remedio donde ya no lo había? Pero se vengará de todo esto a través de una respiración con brisas de marzo. Se quitará la espina de su partida con el perfume de las rosas de sus jardines. Reclamará su sitio al paso de la Virgen gitana por Dueñas. Volará hasta por el violeta más alto de las jacarandas. Y estará posando su mano por el temblor de las bungavillas.

Adiós, Cayetana; adiós, sevillana, libre, independiente, joven, vital, enamorada, valiente, artista… La vida tuvo que asumirte cuando comprobó que tú no estabas por asumir la vida en sus gastados prejuicios, en sus ridículos convencionalismos, en sus estúpidas normas, en sus asfixiantes mandamientos…

Adiós, Cayetana, parte hoy perdida del paisaje de una ciudad que tanto fue perdiendo. Te apuntamos en el libro de la historia de nuestras más dolorosas nostalgias, como cuando nos quedamos sin la Hiniesta de Montañés, como cuando derribaron la Casa Palacio de los Sánchez-Dalp o el Kursaal, o el Teatro San Fernando, las murallas antiguas o las viejas puertas de la ciudad que tanto va a llorarte ahora. Nos quedamos sin ti hoy como también un día nos quedamos sin Antonio el bailarín, sin Manolo Caracol, sin la Niña de los Peines, sin Juana Reina, sin Pepe Luis Vázquez, sin Manuel o Juan de Dios Pareja-Obregón, sin, sin, sin… Sin tantas pérdidas irreparables en esta enigmática Sevilla de extraños y misteriosos vacíos que la llenan.

José María Fuertes

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