CUANDO ÉL CANTE  Y YO NO VIVA

CUANDO ÉL CANTE Y YO NO VIVA

– ¿De dónde es Raphael, papá? Me preguntó mi hija pequeña minutos antes de que comenzara el concierto.

– De Linares, María; es andaluz como nosotros. Pero Raphael es, sobre todo, de antes de que nos hubiéramos quedado sin humanidad, sin besos de verdad, sin amores para toda la vida, sin pasiones desbordantes. Raphael es de antes de que llegara tanto egoísmo. Raphael es de cuando las cosas se conseguían con mucho esfuerzo, de cuando la suerte se trabajaba día a día con delirio, como él la canta, sin pelotazos, sin robar. Y nació en el tiempo en el que los locos no andaban sueltos… Es de cuando se amaba con el ímpetu del viento y con la fuerza de los mares…

Raphael sabía que yo, con su ayuda, quería dejar este recuerdo imborrable a mis hijas. Mis hijas junto al artista que hizo posible parte del corazón de su padre, un cómplice con mi manera de sentir o yo con la suya. Mis hijas junto a quien me dio en canciones el lenguaje adolescente para atreverme a decir te quiero las primeras veces, mientras sonaba una melodía quemante en mis entrañas y su enérgica voz parecía un temblor de tierra entre el amor y yo. Mis hijas junto a quien ha escrito la Biblia de mis sueños de cantante, los versículos con preceptos de sacrificios y renuncias, y ese mandamiento de la soledad en el que se guardan todos los demás de quien se dedica a crear. Mis hijas reuniéndose con quien ha cantado esa forma muy suya de amar que tantas veces ha coincidido con la mía. Mis hijas con el tamborilero de cada Navidad.

-Mira, Raphael: un día, cuando yo ya no dé más pasos por aquí, pero Marta y María sigan escuchando tu voz eterna, sabrán siempre que esa fue la misma voz que conmovió a su padre, la que le enseñó hasta las formas más apasionadas de existir y, ¿porqué no?, incluso el puro exceso de un entusiasmo incansable con la vida. Cuando tú sigas cantando -porque cantarás siempre-, pero yo no viva, se dirán la una a la otra:

-¡Anda, Raphael! ¡Con lo que le gustaba a papá!

Y así pudo ser. Alguien muy directo a él -cuyo nombre prefiero silenciar por discreción con una persona discreta- me llamó al móvil e hizo franqueable un camerino blindado para la tranquilidad del ídolo:

-Raphael os está esperando, a ti y a tus hijas.

Yo me olía que después de tres horas ininterrumpidas de concierto, más que un camerino iba a encontrarme un búnker. Así que dispuse con celeridad. Calculé que no iba a haber nadie, excepto unos afortunados como nosotros. Ni siquiera reporteros. Calculé bien. Y di unas instrucciones urgentes y precisas:

-La única foto posible con Raphael os la voy a hacer yo mismo, con el móvil aunque sea. A mí me da igual, yo ya tengo muchas junto a él después de tantos años. Quiero ahora la vuestra, como sea. Esa es la que me interesa.

Estaba obsesionado con dejar listo aquella noche parte de mi testamento más emocional para mis hijas.

Mis augurios se cumplieron. Solos nosotros tres con Raphael.

Al entrar le dije de lleno, recordándole su propia propuesta hecha meses antes desde América:

-Lo que dijimos, que nos daríamos un fuerte abrazo en Sevilla.

Y nos lo dimos. Y a continuación les presenté a Marta y a María y las besó.

Le felicitamos por el concierto. Y añadí:

-Te propongo tres títulos para que elijas el de la crónica que publicaré en Sevilla Press. Uno es que no estás cansado de cantarle a las estrellas, como dices en “Volveré a nacer”.

-Es que yo no estoy cansado de cantarle a las estrellas…

-Ya lo sé, Raphael. Mil veces que nacieras ya sé que lo que tú querrías ser siempre es Raphael. El otro título puede ser Raphael, un cantante de oscars; porque en cada interpretación pareces ganarte una estatuilla. Y el tercero es que has prometido a Sevilla volver todos los años.

-Ese es el título que más me gusta.

-Pues hecho, amigo. Así lo pondré.

Le invité a hacerse la foto con mis hijas y accedió sin reservas, advirtiéndome que burlábamos las normas del auditorio. Pero como no había nadie como testigo de nosotros cuatro juntos, dijo travieso:

-Ahora que no nos ven.

Nos fundimos en otro gran abrazo y nos marchamos agradecidos a un ser tan excepcional que después de abandonar el escenario de su entrega total al público, todavía le quedaban generosidad, energías y disposición para colaborar conmigo en un legado.

Al día siguiente llamé a Natalia. Me imagino que ella está informada de sobra por su marido del balance de todo concierto. Pero este no era otro concierto. Este era un concierto en Sevilla y yo vivía aquí. Por eso me pareció una reacción de cortesía telefonearla y que le contara precisamente un sevillano lo que había sucedido la noche anterior en Fibes, por mucho que yo sepa que eso es lo que va ocurriendo con él por todo el mundo.

-Impresionante, Natalia. Genial. Indescriptible. La gente loca con él. Tanto que ha llegado a prometer a Sevilla volver todos los años. ¡Vaya regalazo a sus fans!

-Gracias, José María. Ya me dijo Raphael que ha estado con las niñas. Te agradezco mucho esta llamada, porque todo lo bueno de Raphael es mi felicidad.

Sí, Natalia. Todo lo bueno de Raphael es tu felicidad; y también la felicidad de un público de millones de personas expandido por los cinco continentes de un planeta que, cuando yo deje de pisarlo, tendrá los caminos de mis hijas, esos que el aire seguirá cruzando eternamente con un buen puñado de canciones inolvidables:

-¡Anda, si es Raphael! ¡Con lo que le gustaba a papá!

José María Fuertes

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