EL TERRITORIO DEL HOMBRE

EL TERRITORIO DEL HOMBRE

Estos días de vacaciones deberían servirnos para plantearnos algunas de las más gruesas cuestiones de nuestra existencia. Estamos gracias al verano en una de esas ocasiones que se pintan calvas para reflexionar. Todo anda más desacelerado, con cadencia de olas y ritmo pacífico de brisas de las tardes, cuando el sol dice adiós de la forma más bella que sabe por los horizontes de cada uno. Y te habla el mar por las orillas como un amigo que hiciera sonar con sus mareas palabras que te comprenden. El mar… en las playas está uno de los mayores besos que nos ha dado Dios.

Bien pensado llevo una vida dedicada a llegar a mi tierra, intentando arribar al puerto soñado. Y este verano parece empeñarse en que ponga los pies en mi patria.

Al final de todo, me doy cuenta de que la vida de los humanos consiste en hallar denodadamente su destino. Decenas de años para miles de intentos, montones de días para búsquedas insaciables. ¿Quiénes somos, a dónde vamos o, mejor, a dónde nos llevan? Viejas preguntas tan viejas como el mundo.

No soy el aguafiestas del estío, porque yo también, como vosotros -faltaría más- necesito divertirme y descansar. Y lo estoy haciendo. Pero igualmente, también como vosotros, estoy asaltado por las puestas de sol y el desafío de los silencios de estas noches de jazmines.

Siempre me ha sobrado verano, la verdad. La lentitud de sus horas no es mi fuerte. De ser más animal de lo que ya lo soy, con estas calores hubiera acabado entre hormigas. Mi hábitat es una tarea interminable de individuo que nunca está contento con lo que consigue de sí mismo. El territorio del hombre, yo lo sé bien, es el esfuerzo, no la relajación. La patria humana es un largo sacrificio de entregas y amores. Y estamos viviendo un tiempo de dictadores que persiguen exiliarnos de nuestro empeño de sueños que pueden hacerse realidad.

Todo verano trae sus evasiones y músicas alegres sin gotas de lluvia tras los cristales del otoño. Pero hasta las brasas candentes y rojas de las barbacoas palidecen cuando, ya de madrugada, de regreso a nuestras estancias, miramos la luz blanca de la luna y las estrellas y nos damos cuenta, precisamente en verano, de lo honda y maravillosa que es la vida.

José María Fuertes

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