SE FUE POR LA ENCRUCIJADA

SE FUE POR LA ENCRUCIJADA

Dichosos los que escribieron en su vida escribiendo en la nuestra. Porque así se hizo la originaria copla: desde la inspiración genial de sus autores y compositores hasta las radios de las casas; desde los pentagramas a las faenas del campo o en el hogar; desde la voz de sus estrellas insustituibles a la garganta de unas gentes de España que le cogieron el tono, lo mejor que se pudo y supo, a una vida difícil de posguerra.

Y allí quedó la copla en su más inmortal concepto. Allí quedó la copla abrazada a una legendaria y triste Nochebuena en Nueva York; allí quedó la copla apoyá en el quicio de la mancebía; allí quedó, grabada indeleble en un tatuaje; mirándonos la copla desde un lejano y duro tiempo con sus ojos verdes; o abierta de capa, sincera y valiente, en el grana y oro de sus mejores tiempos.

Las cosas de la vida, de aquella vida, se dijeron como se decían en sus líneas, se repitieron como al pie de la letra romántica y apasionada de los estribillos, y se soñaron las esperanzas y hasta los amores como en sus estrofas. Toda música es mimética de su tiempo, reproducción de su crónica diaria. Pero también ese mismo tiempo trasplanta a la realidad las fábulas más idílicas que halla en sus canciones. Se llegó a besar un día como se besaba en la copla. Se abrazaba como en sus espectáculos. Se encaraba la ardua tarea de la existencia con el mismo desplante de sus intérpretes en el escenario. Se decía adiós como en las películas y se esperaba pacientemente la llegada del amor con la esperanza sin fin escrita en los versos. Se acabó la Copla, aquella Copla, y se acabaron aquellos besos. Y nadie esperó ya a nadie de aquella manera, y mucho menos hasta muy tarde y sin hacer reproches.

La vida es un puro cruce de caminos por los que salimos hacia los disparaderos de nuestra suerte. Elegir es ser unas cosas, o no ser otras. La de María Felisa Martínez López buscó desde pequeña la senda de las canciones de una España de tonadillas. Venía de una raza verdadera de actriz sin mestizajes. En 76 años ha metido muchas vidas además de la suya: la de “La Loba”, la de la “Encrucijada”, la de “Torre de Arena”, o ser María de la O a la vez que Marifé de Triana. No disimuló las lágrimas de ninguna ni fue huidiza de los calvarios que cantaba. Ha sentido más latidos que los previstos para un solo corazón. Si se descuida en su generosidad inmensa como artista, llega a sudar sangre bebiendo los cálices de tantas ajenas historias.

Me hizo un sitio en su gloria una noche que cantamos juntos en televisión -¡qué paradoja ahora, “Cuando te vayas”, del maestro Rabay!-. Gracias, Marifé, por aquellos instantes en los que uno supo que pisaba cielos prestados.

Decirte hoy adiós es, de alguna manera, decir adiós mi España querida.

José María Fuertes

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