YA LO SABE

YA LO SABE

Mi hija mayor, con doce años camino de los trece, había logrado no saberlo teniendo ya esa edad. Cuando yo aseguraba a mis familiares o amigos que aún lo ignoraba, se mostraban incrédulos radicales y rechazaban de plano esa posibilidad. Según ellos, mi hija se dedicaba a disimular conmigo. Pero se equivocaban. Yo estaba convencido de que se equivocaban. Conozco muy bien a mis hijas y mis hijas me conocen a mí. Nadie puede imaginarse hasta dónde llegan en profundidad los cimientos de la confianza que tienen en su padre. Si Marta se hubiera enterado de algo por la calle o en el colegio, yo lo habría sabido de inmediato por ella misma, buscando en mí una explicación (o un amparo, en el caso de una forma desabrida de descubrirlo).

Ha tenido suerte. Una especie de paso del Mar Rojo le ha obrado el prodigio de dejarla cruzar, por más tiempo de lo normal, a través de una larga etapa de inocencia. Pero ha llegado de puro milagro. Después de la Cabalgata última, me contó que un insensato que la veía próximo a ella gritaba a Melchor:

-¡Farsante! ¡Que eres un farsante! ¡Quítate la barba, ladrón!

Y Marta no salía de su asombro, compungida, indignada:

-No lo entiendo, papá. ¿Cómo podía decirle eso después de lo que hacen con nosotros, que se pasan la madrugada sin parar de una casa a otra, que son tan buenos como para dejarnos tantos regalos? ¿Cómo se atrevía a acusar de ladrón a una persona tan generosa?

Antes de que se lo cuente un mundo que no sabe decir las cosas, se lo he dicho yo mismo.

-Mira, Marta: tú eres alguien con una extraordinaria sensibilidad y un imbécil ha estado a punto de cometer una salvajada contigo. A tu edad, cualquier día de estos te hubieran dicho que los Reyes no existen, que los Reyes son los padres. Pero es mentira. Antes de que te lo cuenten de mala manera, te lo voy a contar yo.

Como sabes, cuando nació Jesús unos Magos acudieron hasta Belén para adorarle. También sabes que le dejaron sus presentes. Desde aquel momento, la voluntad de los Magos fue perpetuar el recuerdo de ese gesto, decidiendo que a partir de entonces todos los niños recibieran regalos en memoria de los que recibió Jesús. Pero, ¿cómo hacer eso posible a lo largo de la Historia? Los Reyes encomendaron su deseo a los padres, abuelos y mayores para que se encargaran cada año de traer a los niños sus juguetes y obsequios. Hasta ahora, eso se hizo contigo. Desde ahora, tú lo harás con los demás, empezando por tu hermana. Acabas de recibir el legado de los Reyes Magos. Cada noche, después de la Cabalgata, tú también tendrás el honor de cumplir su encargo. Y me ayudarás en el mío.

Los ojos de mi hija no se sintieron expulsados de un sueño, sino invitados más que nunca a tenerlo. Con naturalidad, comprendió que yo le ofrecía abrir una nueva puerta por haber crecido.

-No pienses que por esto la vida no es tanto como tú te creías. Al contrario: es más grandiosa de lo que te esperabas. Es maravilloso caer en la cuenta de una fantástica realidad en la que los mayores hacen esto por los niños. El ser humano, aquí, se salva.

Ofendían a Melchor porque bajo la apariencia real iba un hombre normal que caería mal a un desaprensivo. Cada año, tres personas encarnan a los auténticos Reyes Magos conmemorando su llegada al portal. No te he dicho que se disfrazan de Reyes Magos, sino que encarnan a los Reyes Magos.

Mis queridos lectores: probablemente jamás demuestre más aprecio por vosotros que habiendo compartido esto tan íntimo entre mi hija y yo, que está -desde luego- autorizado por ella. Pero sin ánimo de mostrarme ejemplar, yo creo que es difícil que haya grandes hombres si no hay grandes padres. O jóvenes estupendos si los adultos no lo son. Y me temo que los maduros son cada vez más decepcionantes que maduros. Me da pánico este enorme vacío de referentes que seguir desde arriba hasta abajo de la sociedad, que ofrece a diario un interminable rosario de cuentas falsas desde los más irresponsables políticos, o una sucesión abrumadora de malas noticias que el ser humano protagoniza dando pánico o, cuando menos, inspirando desconfianza. Comprenderéis que haya querido blindar de tanto asco y basura los zapatos de una niña, de mi hija, llenos de caramelos.

José María Fuertes

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