LA VIDA YA ES MÁS LARGA QUE EL AMOR

LA VIDA YA ES MÁS LARGA QUE EL AMOR

Parece que la vida está llegando a ser más larga que el amor. Lo demuestra el elevado número de rupturas sentimentales de todo tipo. Eso de querernos para siempre empieza a ser un hallazgo como el de una aguja en un pajar. No ignoro que la empresa en común de una pareja que proyecta su futuro juntos, es -como todo lo importante- difícil. Conlleva travesías de todo tipo y exige personas todoterrenos. Y, desde luego, un decidido y tenaz empeño en triunfar y saltarse a piola esta época plagada de divorcios y nada favorable a la idea de que el amor sea perseverante. O eso que siempre hemos llamado eterno.

Empieza a entronizarse entre muchos la idea de que el amor no tiene porqué durar siempre, pudiendo ser algo que sintamos por etapas, asimilando con naturalidad ir viviendo sucesivas parejas para experimentarlo y disfrutarlo. Y yo creo que eso está bien para los que sufren accidentes, pero no es un buen punto de partida para emprender ningún viaje. Superarse, si las cosas no han salido como uno esperaba, forma parte de la gran capacidad de adaptación humana que poseemos en un momento dado; incluso es de admirar a los que hacen el esfuerzo de levantar otra vez el gigantesco edificio de lo sentimental, pero la inestabilidad no es un recorrido deseable para seres humanos. Nuestro mejor destino es la seguridad afectiva. Ir de unos brazos a otros no hace sino que acabemos amparados en los de los psicólogos o refugiándonos en nuestros mejores amigos, cuando no en diversiones de mucho ruido y pocas nueces, convirtiéndonos en grandes expertos de una amarga ficción.

Está claro que las personas no siempre conseguimos nuestras metas, ni nuestros sueños e ideales se cumplen forzosamente. Convivimos con éxitos y con fracasos, con cosas que nos salen y otras que no. La vida es, con más frecuencia de la que querríamos, un largo tanteo de posibilidades en el aire. Y respecto al caso del matrimonio, y cuando ese barco no llega a buen puerto, deben estar previstas -lo están- las soluciones jurídicas, la Ley a fin de cuentas, para disolver lo que ya sea insostenible como indisoluble. Lo que ocurre es que cuando prácticamente el cincuenta por ciento de los matrimonios celebrados, civil o eclesiásticamente, termina en los juzgados, está fallando algo más -mucho más- que lo previsible para estados críticos y hasta en coma.

Una peligrosa sociedad sin valores se está subiendo sin cesar en trenes que de antemano se sabe que descarrrilan. Y precisamente en el matrimonio, es donde menos se puede ingresar sin valores, justo donde no sólo se hacen imprescindibles para los propios cónyuges, sino también para los hijos. El mundo de la educación se la juega a la ruleta rusa con progenitores que no están formados, sin rumbos espirituales fijos, sin fortaleza de ánimo para afrontar problemas de todo tipo. Escuché decir, por ejemplo, que cuando la ruina entra en la casa, el amor salta por la ventana. Y a mí me parece que en un hogar donde llega a ocurrir eso, es porque mucho amor no habría. Ni tampoco mucha congruencia. En el matrimonio, cada parte puede ponerse los zapatos a su gusto, pero calzando el mismo número.

A poco que se rasque la débil pintura del color de este mundo, se averigua una inscripción del imperio de lo light. La mentalidad se nos ha hecho de cerebros descafeinados, de voluntades a medio gas, de discapacitados para una trayectoria que lleve sus pasos más allá del calentón del principio, sin corredores de fondo, sin metas más lejanas que el placer de las inauguraciones. El ser humano, hombres y mujeres, a medio camino de sus sueños, ya está exhausto, se asfixia y toma vías de escape más escarpadas aún que la tierra pedregosa en la que solemos tener que desenvolvernos. Nos contrariamos con el suelo a poco que deja de ser llano y firme. Hemos borrado una identidad de luchadores sin desmayo, de empeñados en no rendirnos. Está desnaturalizado por mil razones un ADN preparado para saltar obstáculos. Abandonamos enseguida, mucho antes de una certeza absoluta que haya demostrado inviable seguir junto a quien nosotros precisamente habíamos elegido. Nos sentimos equivocados sin la seguridad total de esa equivocación.

Seguiré escribiendo sobre esto. Sobre todo cuando escuche ahora a los centenares de lectores que suelen corresponderme con sus ideas, de las que tanto aprendo. Pero salvaría mientras tanto, y desde luego felicitaría, a aquellos héroes de nuestro tiempo, hombres y mujeres, que están cumpliendo sus bodas de plata o de oro matrimoniales. Y admirando su ejemplo, le diría a aquellos cuya condición natural es la inestabilidad, que deberían plantearse no abordar ni cortejar a quienes legítimamente persiguen lograr el amor para toda la vida: el verdadero.

José María Fuertes

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