¿CÓMO ESTÁN USTEDES?

¿CÓMO ESTÁN USTEDES?

¿Cómo vamos a estar, Miliki? Mal, cómo vamos a estar. Lo que faltaba en este tiempo difícil es que te fueras tú. Un payaso de lujo, una época dorada y feliz de la infancia de millones de niños… y de mayores.

Yo venía ya de los tiempos de Locomotoro cuando por las tardes, después del cole, empezaron los payasos de la tele. Pero, ¿y qué? Nadie quedó ajeno a vuestro famoso saludo al irrumpir en la pista saliendo de entre cortinas brillantes de circo plateado, aquel que hubo una vez, para siempre, inolvidable. Nadie dejamos de cantar, coreando, vuestras canciones: “La gallina turuleca”, “Susanita tiene un ratón”, “El auto de papá”, “Los días de la semana”, “Mi barba”… Todavía recuerdo en Sevilla las interminables colas en el cine Regina para ver vuestras películas argentinas.

Yo venía de los viajes por todo lo largo y ancho de este mundo del Capitán Tan, pero cuando se acabaron Los Chiripitifláuticos me guardé el corazón de mis días de niño y me lo llevé hasta tu Circo del Arte, en el muelle, donde antes de entrar nos pintabas a todos la nariz de rojo como si tuviera que verse por fuera el color de risa del alma.

Junto a tus hermanos, los llorados Fofó y Gaby, se inventó una forma nueva y original de ser payaso, otra manera diferente de ser el tonto y el listo, de los legendarios Pompoff y Teddy. Era novedosa vuestra indumentaria colorada de camisón sobre los pantalones azules; Gaby de pulcro chaqué y gomina en el pelo; todos músicos de Conservatorio y auténticos especialistas en vuestros instrumentos, tú el saxo de las melancolías en lágrimas de los payasos detrás de sus pinturas. Y la gorra a cuadros, como un escocés. Y la peluca rojiza como a trasquilones.

Había llegado un circo original, único e incomparable, sin fieras ni domadores, que desembalaba su atrezzo de algarabía infantil en las salitas de los hogares, no en los descampados de las ferias, mientras se merendaba antes de los deberes, cuando la tele no ignoraba -y respetaba- que existían los niños, y las tertulias de trapos sucios de las tardes no les robaban un tiempo de sueños e imaginación que debiera ser constitucional.

Llegando a la Gloria -porque a ver si no es en la Gloria donde tú, Miliki, estarás ya-, habrás hecho la misma pregunta de siempre, la que hacen los generosos, la que hacen los buenos, la pregunta que hace el amor, la de su primer anhelo y preocupación:

-¿Cómo están ustedes?

La de gargantas que te habrán contestado desgañitadas, como las de las voces de los niños de vuestro circo cuando les hacíais la misma e invariable pregunta:

¡¡¡Bieeeeeeeen!!!

¿Qué te van a contar cómo están en el cielo? Y, encima, ahora, contigo.

Había una vez Miliki. Ya está con Dios.

José María Fuertes

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