BABEL Y NOSOTROS

BABEL Y NOSOTROS

El mundo es, seguramente más que nunca en toda su historia, un gigantesco desacuerdo. Babel no es más que una maqueta, un boceto de la discordia y el desencuentro, un esbozo de la incomprensión sobre un planeta. No nos entendemos. Los grandes han conseguido las contrariedades de los pequeños. Han logrado el diseño de unos seres bien comunes, sujetos diariamente a los vaivenes de las avariciosas voluntades de los políticos y perdidos en el espacio de la macroeconomía.

Han grabado en las lenguas la expresión universal convenida, la respuesta adecuada para el largo letargo que les beneficia: no sé, no entiendo, ¿tú qué crees? Y por no saber ya no se sabe dónde estamos de pie ni hasta cuándo dura una simple losa estable. Y siempre que la Humanidad no pisa la tierra firme del sentido común, se halla intranquila y asustada. Los políticos de todas partes la están sumergiendo en los respectivos océanos y… ya se sabe: no respiramos con branquias. Ni siquiera somos anfibios. Son conscientes de eso y se han propuesto ahogarnos. En las redes sociales se urde la trama tácita de salvarnos juntos y contra ellos: pero habrá que realizar esa decisiva tarea y reaccionar a tiempo, antes de que los poderosos dispongan leyes y métodos para aislarnos. Es un nuevo y solapado comunismo capaz de llamarse Partido Popular o Socialista.

Se ha hecho imposible a estas alturas ampararnos en la ejemplaridad de quienes nos gobiernan, sencillamente porque de ejemplares no tienen nada (otra cosa es que están hechos un ejemplar); es inviable seguirles con fidelidad y confianza por los senderos abruptos donde ellos jamás ponen sus pisadas. Cada vez hay más distancia entre sus vidas y las nuestras; un auténtico divorcio entre lo que disponen para ellos y lo que ordenan para nosotros.

Han hecho añicos el suelo de la congruencia, que es -con la de dudas que asaltan ya de por sí a un ser humano a lo largo de su existencia- el mínimo vital que se merece una persona por parte de la sociedad. Les conviene la confusión a sus intereses particulares, que nada tienen que ver con los nuestros. Están aplicando que dividir es vencer. Todo está sobre el tapete, todo llevado a la zona gris e interminable del debate. Y hablamos y hablamos y hablamos. Y no actuamos y no actuamos y no actuamos. Nada es verdad ni es mentira. Ni un Rey se entrega a sus obligaciones ni sufre con sus súbditos, ni quien logra el poder cumple las promesas que se lo dieron, por enseñar sólo dos importantes botones de muestra y, por supuesto, en España.

Amanecemos en clave de caos y volvemos a acostarnos aún más apesadumbrados que cuando apareció el primer rayo de luz de la mañana. Ellos están para cargárselo, para aminorar la esperanza que sólo se alberga en Dios cuando los hombres responsables de nuestro futuro no tienen agallas para distribuirla. No hay líderes. El carisma es un rasgo definitorio de seres políticos o religiosos de otros tiempos. Luther King, Gandhi, Kennedy, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Mandela… constructores de Humanidad únicos e irrepetibles frente a esta clonación inmensa de inexpertos cargados de másters que no hacen más que arruinarnos en sus propios errores de estadistas falsos.


El optimismo es legítimo, pero ridículo si carece de útiles palpables para esperar lo mejor; es un empecinamiento iluso enquistado en los que nunca han hecho de su pensamiento una cualidad destacable; puede ser una actitud loable, pero sin base, sin argumentos; una inercia natural, pero quijotesca, como una Dulcinea a la que nunca vas a llegar a poner una mano encima, no digamos besarla.

La crisis no retrocede, mientras sí parece avanzar por las angustias más subterráneas de millones de personas algo que aún no tiene nombre en superficie, pero que da miedo. No es mal amigo el que avisa.

José María Fuertes

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