Jaime Molina

Jaime Molina

Le han salido las cuentas del último Salón Internacional del Caballo. Jaime Molina ha podido hacerse con un balance económico satisfactorio: sin perder dinero y pagándole a cada uno lo suyo. Una proeza que está quedando al alcance de muy pocos.

Confieso que me da algo de miedo escribir de nombres propios. Y más sobre un amigo hermano, esos que sin llevar tu propia sangre te regala la vida. Quiero que le siga yendo de maravilla a pesar de ser felicitado por todos al cumplir una vez más con sus difíciles objetivos.
No me fío mucho de una ciudad en la que cuando veo el nombre de alguien titulando un artículo es porque se ha muerto y los halagos son una esquela. Me echo a temblar en tales casos: ¿Fulanito? ¿Escriben de él? ¿Qué le ha pasado? Pero como las letras de un periódico se escriban sobre alguien vivito y coleando, malo.
Suele decirme Federico Casado, el crítico de cine, el hijo de Juana Reina, que si en España el deporte nacional es la envidia, en Sevilla está el equipo olímpico. A mí me costaron un buen disgusto las consecuencias de aparecer con una foto en el huecograbado del ABC. Pero será la anécdota de otro día. No quiero desviarme del protagonista de hoy, Jaime Molina.

Acabamos de desayunar en la cafetería del Labradores, hasta donde llega el brazo profesional exquisito del Grupo La Raza. Jaime acude con hábitos cotidianos de un domingo sereno, acabando de comprar la prensa en una mañana tranquila, sin apretones y llenos absolutos del Palacio de Congresos y Exposiciones. Eso ya es historia de otro Sicab, el del 2011.
Y es un lujo disfrutar de este hombre viéndole, rescatado del éxito, sentado en un velador de las instalaciones deportivas. Hace muchos años que no lo tenía así (a excepción de nuestros almuerzos, nuestros interminables almuerzos), quizá tantos años como aquellos que han pasado desde que estudiábamos Derecho, él más que yo. Allí en la Facultad empezó a hacerse grande y fuerte una amistad intensa. Una amistad que ha sabido mantenerse en todas las distancias, cortas y largas; lo mismo si te veías todos los días como alimentándose de reencuentros después de meses o incluso años.
Los amigos de verdad son así, no dependen de estar codo con codo. Los amigos auténticos son cómodos y libres. No asfixian. Ni restan. Como las grandes mujeres, no las marujonas que te esperan con los brazos en jarra, los amigos suman.

La identidad oficial de Jaime Molina está en ser el director general de ANCCE. Eso le pone de pantalla una vez al año cada vez que se inaugura un nuevo Sicab. Pero los mejores datos de Jaime se averiguan en la discreción con la que se desarrolla su actividad entre un certamen y otro.

Sus grandes rasgos se perfilan cuando viaja por medio mundo en aras del caballo de pura raza española, cuando aborda a los magnates para concitar la promoción de un animal tan bello, cuando arriba a las grandes mansiones con el telón de fondo del Pacífico -que cae justo al otro lado del pretil de las inmensas piscinas-, de aquellos colosos de las finanzas que acabarán bajando a los terrenos sencillos y cordiales de una inteligencia natural.

Siguiendo las rutas vitales de Jaime, yo he sido testigo de que la inteligencia se talla, se va haciendo, es una lenta pero incansable historia de humildad y constancia, de inseguridad con uno mismo y de firmeza a la vez, de auto vigilancia con nuestras convicciones, de ánimo de revisión infatigable hasta con las que parecen más inamovibles.
Con Jaime te das cuenta de que aquel que con los años no cambia una sola de sus ideas puede ser por dos cosas: o porque es idiota, o porque no tenía ideas. Esto puede parecer una perogrullada, pero la experiencia nos demuestra a todos que conocemos gente a las que, a pesar del paso del tiempo, siempre nos la encontramos en el mismo sitio donde la dejamos, en un lugar mental fijo, sin avances, sin progreso, sin evolución. Les llueve sin que les cale.

Jaime Molina ha sido y es un incansable indagador de la naturaleza humana, empezando por la suya. Se me puede preguntar que ¿qué tiene que ver todo esto con los más genuinos caballos españoles? Probablemente nada. Y probablemente todo para que el espíritu de un hombre inquieto los haya llevado tan lejos.

Mas yo no estoy hablando de caballos y de una raza hermosa, sino de un sevillano singular y apto para la Sevilla del talento que ahora redescubre y proclama la cúpula de gobierno de esta ciudad.

Aparentemente, Jaime Molina puede pasar superficialmente por un pijo, un encorbatado más como el maniquí idóneo para colgarse una medalla sacramental. Como indagues el segundo apellido, Fernández de los Ríos, aún te cuadra más el prototipo de niño de Los Remedios. Pero con él las apariencias no es que engañen, es que falsifican. Va bien trajeado, impecable y justo en su atlética complexión física de corredor de footing al caer la tarde. Sin embargo, su mejor musculatura está en sus pensamientos. Luce esa clase de razones que, con los nuevos tiempos, necesita una ciudad como Sevilla.

José María Fuertes

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