LA LLAMARÍA ABRIL

LA LLAMARÍA ABRIL

Está hecha de luz de orilla y sombra de callejas. Un abrazo entre el mar y las plazuelas. Un beso entre lo inmenso y lo recóndito. Una mágica poción de abismo y tierra firme. Un ungüento de sal y de azahares.
Es un visillo que guarda la mañana y que hace aún más hermosa la blancura. Queda tras un cristal que desdibuja este otoño si en él ella se asoma. Y es un insomnio al tanto de mis sueños, vigilando mi paz de madrugada. Fue después de aquella noche en la que me hizo emperador de su nación.


También es una cera quemada poco a poco, que gotea en mis manos calentándolas. Es una flor abierta que amadrina la música del aire, que entona marchas que suenan a lo lejos, estremeciendo una estación de estrenos.
Y está pintando un traje de volantes, sin merma de color ni de lunares. Y alza los brazos dibujando en las manos un nuevo vuelo del corazón que arde.
Es un puro perfume escapado de los parques para que la vida entera huela a ellos. Y el aroma del agua mojando arriates. Y el salto de los chorros jugando en las fuentes.
Es un quiebro a la brisa y un lance de capa en alegría al que le roza un filo de miedo de recuerdos.

Podría vivir de ella y su nostalgia por los siglos de los siglos. Pero mi suerte está en asirme a su cintura, donde me deja ganar la guerra de los besos y espantar soledades. Y es que… hace importante a un hombre por quererlo. Es un cálido vaho en el primer frío de noviembre. Y si no fuera porque me gusta llevar en los labios el dulce ceceo de su nombre, la llamaría Abril.
José María Fuertes

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