Esa sangre veloz de los artistas. «Otro premio para Caiceo,no un premio más»

Esa sangre veloz de los artistas. «Otro premio para Caiceo,no un premio más»

Con toda modestia, puedo asegurar que uno de los mejores diplomas sobre cómo educo a mis hijas me lo ha dado -ya en tres ediciones- Miguel Caiceo. De otra forma sería imposible presentarse en su casa de Begíjar (o en la de Sevilla, da igual) con dos niñas de siete y once años, a pasar unos días de vacaciones.

Las tres plantas que se ha hecho construir el humorista se harían imposibles de transitar para Marta y María, si las dos no estuvieran preparadas para moverse entre los centenares de objetos valiosísimos, propios de un auténtico museo. Si él supiera que en vez de dos señoritas yo tengo dos cafres (o, simplemente, dos criaturas medianamente normales), no habría amistad ni compadreo suficiente entre los dos -pues Caiceo es el padrino de Marta- para atravesar con mis niñas el dintel de la puerta. Aunque esté mal decirlo, son las únicas niñas que lo pueden hacer; bien lo saben con disgusto los progenitores de otras que no han obtenido el salvoconducto.

Acabamos de volver de allí, donde se habita en un universo amplio de pinturas y esculturas, con un mobiliario noble y antiguo, una atmósfera íntima de claroscuros serenos, donde cada pieza acude con su estilo y naturaleza propios a reunirse con las características diferentes de las demás. Igual que los buenos relaciones públicas saben prever la convivencia y la proximidad de los que van a congeniar, Caiceo intuye perfectamente qué elementos se caen bien, por dispares que sean. Un fino sentido de la empatía va situando en su espacio lo realista con lo abstracto o lo figurativo con lo más expreso. Conocí esta casa en fase de construcción, cuando sobre la única posesión del vacío el artista ya era un visionario alucinante de los volúmenes que acabaríamos presenciando mis hijas y yo. La primera vez que volví para contemplar cómo había acabado aquel proyecto, de una arquitectura espiritual, me puse a llorar de emoción. ¡Qué hermosura! Me sobrecogió descubrir hasta dónde traduce Caiceo en lo palpable aquello que cabalga imparable por su alma. Había visto el suficiente número de casas que ha tenido el actor, para advertir que la de Begíjar era el colmo de los colmos, para aprender que la elegancia es una historia interior. Además, como amigo, como hermano que le ha regalado la vida -siempre dice esa maravilla de mí-, yo no ignoro lo que le cuesta conseguir una casa así a cualquiera, pero sé más lo que le cuesta lograrla a un artista. Ha tenido que ponerse miles de veces el delantal de Doña Paca para llegar a donde ha llegado; y hartarse no pocas veces, por agradecido que esté de por vida al personaje, de los celos de la infatigable y chipionera limpiadora siempre que el artista intentó flirtear con otra caracterización.

Pero el mejor papel que Miguel Caiceo ha hecho hasta ahora es el suyo propio: el de una gran persona, un hombre buenísimo. Si él ni por compromiso se la jugaría invitando a mis dos hijas a pasar unos días en medio de un carísimo patrimonio, yo tampoco hubiera permitido por compromiso que apadrinara el bautismo de Marta. Estuvo allí, ante el altar, porque mi hija no hubiera encontrado ser humano más extraordinario que él. Miguel Caiceo es maravilloso. Por eso va a recibir en la noche del jueves 22 de septiembre, de manos del alcalde de Sevilla, otro premio de los que le ha hecho merecedor su enorme conexión humana con el público, por encima de la admiración. Va a recibir en el Cerro del Águila el título de Cerreño del Año. Y eso, yo lo sé del corazón de Caiceo, no es un premio más. Eso es una relación de afecto recíproco que viene de lejos entre él y el singular barrio, aunque Miguel naciera en el de San Lorenzo. Desde su gran amistad con el genial bordador Francisco Carrera -el popular Paquili- hasta los Martes Santo junto al palio de la Virgen de Los Dolores, hay un larguísimo trecho de vivencias con el Cerro del Águila, recordando ahora de manera especial que también pronunció hace algunos años su Pregón.

Un día, seguro, me dará por contar la de veces que he sido testigo directo de las cosas que la gente le dice a Caiceo por la calle, por todas partes, en cualquier punto de España. Del público se puede escuchar muchas veces la voz de la admiración para con un artista, pero es más difícil la voz del cariño: esa que regalan de manera habitual a Miguel Caiceo aquellos agradecidos de la sonrisa que le deben.

(*)José María Fuertes es cantautor y abogado

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