Esa sangre veloz de los artistas.»El juego del hombre invisible»

Esa sangre veloz de los artistas.»El juego del hombre invisible»

Es el título de la primera novela de Reyes Aguilar. Cuando escribo mis comentarios sobre una obra literaria, me gusta llamarla desde el principio por su propio nombre. Es una regla práctica que yo mismo me dicto para colaborar con la finalidad de que quienes se interesen por un libro, fijen cuanto antes el nombre de lo que van a buscar en las estanterías o solicitar a los vendedores. ¿Para qué andar por mi parte desorientando a costa de originalidades propias, pretendiendo lucimientos vanidosos que despistan? Además, cuando un título está bien puesto -como en este caso-, debe abandonarse la inutilidad de rebautizar aquello que quedó bien llamado.

La novela se editó allá por el mes de mayo, presentada con todos los honores en la Feria del Libro, la de Sevilla; pero yo he tenido que leérmela a salto de mata de miles de cosas, de quehaceres diarios, igual que la protagonista -Elvira- va hallando como puede el tiempo que le permite sentarse ante su ordenador y vivir frente a la brillante pantalla su aventura de liberación, de auténtica liberación de una vida matrimonial que ha tocado techo (nunca mejor dicho para los que tienen que habitar juntos debajo del mismo). Así, como Elvira, hay ya por el mundo la tira de gente encerrada en una institución bien difícil para la que no hay escuelas ni universidades donde prepararse, millones de seres humanos estafados por la quimera de un matrimonio difícil de plasmar como esperábamos por miles de razones diferentes (más veces de las que quisiéramos, por una sola razón: la suegra). Muchos -demasiados ya- habitan en un tercer mundo conyugal donde se mueren de hambre de besos y correspondencias que merecen. Pero como si alguien o algo nos hubiera ordenado a todos que teníamos que casarnos como fuera, parece que nacemos envueltos por una profecía fatal y equivocada. Recuerdo un diálogo escrito por Ana Diosdado para la serie “Anillos de Oro”, y que se me quedó imborrable incluso en el tiempo de mis más tempranos caminos de ida. Un personaje le preguntaba a otro:

-¿Tú crees que nos enamoramos de quien queremos o de quien podemos?

Y escuchaba la siguiente y sorprendente respuesta:

-Yo creo que nos enamoramos de quien no debemos…

¡Qué veraz en tantos casos! ¡Qué real se hace una creación como la escrita por Reyes Aguilar en “El juego del hombre invisible”! La autora lleva a cabo su propósito novelístico -y lo hace genial- desde una situación femenina que ha quedado aprisionada, como tantas, en largas tiras de sábanas y ropas sucias que llevar a la lavadora, comidas que cocinar, fregados que quitar, supermercados de los que venir sola cargada de bolsas… etecé, etecé, etecé… mientras que un marido y tu hija no valoran ese esfuerzo. Su punto de vista, el de una mujer, es legítimo; pero le aseguro a Reyes Aguilar que también puede tocar la encerrona en el lado de un hombre. El matrimonio es una lotería que anda rifando todos los fines de semana enlaces matrimoniales y enlaces mártirmoniales. A Elvira le tocó lo segundo. Y aleja lo más que puede su cabeza de la guillotina que se la haría perder por completo, para meterla en su blog: el que está colocado justo encima de su calvario porque también justo allí se encuentra su redención.

Y ya está. Ya está bien. Aquí está para mí el tope de hablar sobre una narración extraordinaria (que ha merecido el primer premio Blogosur de Novela 2011 y, por eso mismo, su publicación), cuyas páginas, una detrás de otra sin desmayo, cuentan la vida de una mujer más que no tiene derecho a cansarse ni cuando está cansada. Por añadir algo, por si a alguien le vengo cojo y corto, pues odio que me cuenten las películas que he de ver yo solo, decir que hay frases que desde el papel podrían tallarse en mármol con la misma hendidura que están grabadas en la piel y en el alma ajada de Elvira. Y un rasgo fundamental del argumento, un rasgo que lo hace histórico y representativo de una época en la que ya no hay que salir a la calle para echar canas al aire: las terceras personas de una relación empiezan a estar en Internet. Por debajo del mundo que vemos, se está moviendo otro a pasos agigantados, como si por Internet fueran las cañerías del agua que acaban vertiendo los grifos, los conductos ocultos de la telefonía que nos comunica en la privacidad, los aislantes de la electricidad que nos sacude. En Internet se está fraguando la auténtica infraestructura de la vida… esa a la que Elvira se agarra desesperadamente como puede, con los sorbos musicales de la luminosa mañana que cantó aquel legendario grupo que fue Triana.

(*) José María Fuertes es cantautor y abogado

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