Esa sangre veloz de los artistas. «Ella me ha escrito»

Esa sangre veloz de los artistas. «Ella me ha escrito»

Querida Lucía:

Yo tampoco sé responder inmediatamente cuando leo palabras como las que tú me escribes. También me da algo de vergüenza abrirle las puertas a mi mente y que mis pensamientos salgan al aire limpio y natural de la sinceridad, como has hecho tú. Estoy sorprendido, de verdad, créeme. Dejé tu nombre hace años en la foto de una niña guapísima vestida de flamenca y me lo encuentro ahora sirviendo para llamar a una mujer. Lo único que sigue igual es que eres guapísima. Pero han cambiado muchas cosas… muchas cosas tuyas y mías desde aquel breve instante ante una caseta. Algunas mejor no recordarlas, porque para ambos, aun siendo diferentes, traen el afónico sonido de la angustia, del nudo en la garganta. Pero así suena muchas veces la vida para que crezcamos. Y hasta para hallar a quien menos cabría haber imaginado.

Tú no eres consciente -no puedes serlo- de lo que en la nueva etapa que atravieso significa este raro, sorpresivo y extraño reencuentro contigo. Yo creo en muy pocas casualidades y por entero en Dios. Tú no puedes calcular con cada palabra que me diriges hasta dónde alcanzas, como si fueran besos, todos los rincones de mi alma. Es como si la famosa intuición femenina te hubiera guiado para mandarme uno “enorme”. Ahora no tengo bastante con besos escuetos, normales. No. Ahora los necesito enormes, si es que en verdad los seres humanos tenemos alguna vez suficiente con besos pequeños. Y es que los besos, además de enormes, llega un tiempo en que los necesitas urgentes. Es cuando ya no dudas de la certeza de que, por encima de todo, lo que va a quedar de esta vida son los ratos que pasemos juntos. Como aquella tarde en la que alguien pensó eso mismo para tu tío Manuel y nos convocó a darle toda una sorpresa.

No sé si lo mío es escribir, como tú me aseguras; lo mío y lo de cualquiera que también lo haga. Pero de lo que sí estoy convencido es de que lo mío, lo que es de hombres y de mujeres, de personas, es sentir. Por eso me ha gustado tanto lo de que te consideras una enamorada del amor en cualquier formato. Si no te importa, me gustaría escribir para los periódicos que publican simultáneamente mis artículos uno que se inspire en tu carta, en tu correo, y que transmitiendo tu frase se llame AMOR EN CUALQUIER FORMATO. ¡Qué bonito! ¡Qué bien dicho!

Yo nunca pregunto a una mujer ni la edad ni su perfume. Pero tú me has confesado lo primero: “Sólo tengo 22 años”. Pues ya son muchos, Lucía. No tengas 22 años… ni 30 ni 40… No tengas edad. Yo no tengo edad. Perdona la arrogancia, amiga, porque ni tengo edad ni la verdad entera de nada. La verdad entera no es cosa de humanos. Así que escúchame desde ahora con reservas, no a pies juntillas. Lo único que puedes creerme por completo es que nunca he llegado a ninguna parte, jamás me instalo en renta alguna ni me duermo en laureles. No me relajo. Siempre estoy empezando, siempre estoy naciendo, siempre aprendo a andar. Ahí guardo el secreto de mi eterno entusiasmo. Ahí bucean mis hijas hacia el cofre del mayor tesoro de su padre: el que ha ido ya con ellas tres veces a Disney y este verano lamenta no poder acudir la cuarta; el que se hace una foto junto a Mickey con la misma o mayor emoción con que ellas le dan la mano; el que les grita el nombre de Melchor como si un sano y necesario alzheimer me hiciera olvidar que los juguetes los compro yo…

No tengas edad. Ahí se explica que haya tenido siempre amigos mucho más jóvenes que yo y también mucho mayores; y que el brillo de los ojos de las mujeres soñadoras haya querido cruzarse tantas veces con la ilusión infatigable de mis pupilas.

La edad me la has dicho tú. Y el perfume lo he averiguado yo: tú hueles a Sevilla desde aquella foto que te hice en la tarde de abril, cuando la luz se deshacía en elogios para encumbrarte vestida de gitana. Yo aún no sabía que aquella niña podía ser mi amiga, que iba a pedirme que me cuidara mucho y que llegaría a ayudarme tanto enviándome un beso enorme para un momento difícil…

(*)José María Fuertes es cantautor y abogado

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