Esa sangre veloz de los artistas. «Después de morirse un padre»

Esa sangre veloz de los artistas. «Después de morirse un padre»

Mi amiga y su padre han pasado por el trance. Él, rumbo a la esperanza en la que sostenemos más partes de la vida de lo que pudiéramos imaginar. La de cosas que hacemos, que decidimos, que somos capaces de abarcar precisamente por confiar en que con la vida no se acaba todo; y que la muerte no es el final. No digamos ya cuántas formas de dar nuestros pasos por el mundo si estamos esperando que tras el último de ellos nos salgan al encuentro los brazos del Amor.

Ella, habrá tomado los caminos del desconcierto, los atajos de la experiencia de otros que la quieren tanto y hace ya años que conviven con la ausencia que ahora prueba por sí misma. Pero por mucho que le digan, que le digamos, le toca en dolor propio el laberinto del vacío, imposible de imaginar hasta que un golpe así te empuja a la fuerza por sus encrucijadas.

Estuvo a su lado hasta que se colmaron los últimos segundos posibles para estarlo, para apurarlo incluso en la agonía. También en los peores momentos, como en un lúcido resumen de lo que significó siempre para ella, supo que en su compañía el tiempo era oro puro. Yo mismo le ofrecí entonces las dos únicas cosas a mi alcance: o llamarme o no llamarme, en la noción de que esas dos posibilidades quedaban a igual distancia de importantes la una de la otra.

Ahora debe estar por los días de la herida en caliente, que duele menos que cuando se enfría. Y el cansancio acumulado por las horas largas y blancas de la clínica hace, aunque parezca mentira, una especie de raro favor de tranquilidad.

Ha perdido mucho en su corazón. Sobre todo porque se pierde cuanto más se siente. Y ella me consta de sobra que sabe lo que es un padre. Vino a demostrármelo justo en los momentos de la bofetada que me dieron las leyes y los jueces para señalarme la cara con sólo cuatro horas a la semana junto a mis hijas, como si yo fuera un banco de semen.

Ella ha querido para sí todas las horas posibles con su padre en la vida y en la muerte. Cree en Dios, que es la mejor manera de creer ahora en el futuro eterno de quien se le ha ido para siempre; para siempre aquí, pero no en otra parte.

Dentro de algunos años, cuando vuelva a entender este planeta y la arena de las playas otra vez le caliente los pies, se dulcificarán sus recuerdos. Asumirá que la existencia humana no es más que un grave cante de ida y vuelta del que debemos oír su toná con la mayor naturalidad posible. Y que hay un antes y un después de lo que fuimos cuando se muere un padre… un buen padre.

(*)José María Fuertes es cantautor y abogado

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