Esa sangre veloz de los artistas. «Oraciones rotas»

Esa sangre veloz de los artistas. «Oraciones rotas»

Hay días en los que debes jugártela escribiendo, como hay días en los que te la juegas no ya escribiendo, sino en la propia vida. Y está llegando la noche, la madrugada más bien de uno de ellos. Podría derivar a estas horas hacia tantas anécdotas con famosos o anónimos; escurrir el bulto con cualquier crispación de la política, siempre inagotable; tomar el camino disimulado de algún tema de actualidad que deje escondido el que de verdad me preocupa.

Pero en cualquiera de los casos hubiera quedado en mi conciencia estar defraudando con mis apariencias la sinceridad de unos amigos y unos lectores que me conmueven con la suya. No sería justo con ellos. Y escribir perdería su nervio más auténtico y su verdadera razón de ser. Para no ser cierto en mis palabras, mejor abandonar, tirar la toalla y dejarle a otro un espacio y un tiempo de oro de la gente que él merecería más que yo. Porque escribir es muchas veces un desnudo integral sin pudores ni vergüenza ante los demás.

Me preguntaron hace unos días que si yo era creyente. Respondí que sí. No se conformaron con eso y abundaron:

-¿Y practicante?

No tuve reparos y fui inmediato:

-No, practicante no. Contestarle que lo soy es una arrogancia que yo no me permito en una religión que contiene “barbaridades” como amar a los enemigos y poner la otra mejilla. Hasta ahí no llego y en eso tengo mis cuentas bien claras con Dios. A practicante no alcanzo ni de aquellos que ponen las inyecciones.

Hay una época de la vida en la que todas las cosas están planeadas para que se realicen a la perfección. Pero esa época dura bien poco. Es una etapa a cubrir, imprescindible incluso, humanamente necesaria, espiritualmente reclamable… pero el futuro va a encargarse de sustituirla por una realidad mucho más dura que la suavidad de nuestros sueños. Quedarán atrás los años en los que todo estaba sin usar, entero y nuevo, llegando los días en los que muchas ilusiones se nos han caído al suelo y hay que levantarlas de nuevo incesantemente desde una losa fría que les ha hecho conocer los daños naturales de lo rompible. Es el tiempo de las fisuras, cuando la vida necesita pegamento para restañar un empeño que, aún con la señal de los añicos, quiere llegar a lo previsto.

¡La de cosas que se nos han ido resquebrajando a todos! Y venga a untar pedazos con esas colas de secado rápido, transparentes para que apenas se note la línea quebrada del fracaso.

Yo tengo ya rajadas algunas hojas del Evangelio, como aquella en la que se dice que la verdad nos hará libres. Un fixo mantiene cogida esa trampa a la página completa que la guarda.

Y algunas oraciones están rotas. La del Padrenuestro nada menos no dice ya de corazón que perdono a mis deudores. Y me viene a la memoria un hombre que en Misa vino a caer justo delante mía cuando le llegó el turno a la oración que Jesús nos enseñó. En un alarde de humildad y sinceridad ante Dios, destacándose de todos los que un domingo tras otro no decimos la verdad, le escuché el trueque de una frase como si fuera su propia y valiente versión: “… perdona nuestras ofensas como si nosotros perdonáramos a los que nos ofenden”.

(*) José María Fuertes es cantautor y abogado

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