Esa sangre veloz de los artistas. «El asedio»

Esa sangre veloz de los artistas. «El asedio»

Ha empezado el asedio. Estamos pillados. No hay escapatoria, ni la queremos. Perseguimos sucumbir con las botas puestas. Nadie da un rodeo para esquivar los lugares donde aguarda el aroma más intenso. Ni tememos la emboscada de la luz por las plazoletas y las callejas más recónditas. Estamos rendidos de antemano.

¿Quién podría con Sevilla? Tiramos las armas, entregamos los trastos de matar el tiempo, los avíos de avanzar sin parar absurdamente por las horas, en esta vida que parece haberse convertido en solo apta para atletas y corredores de fondo. La dignidad ahora es detenerse, recrearse, admitir que un hombre casi no es nada si no está emocionado. Es la hora humana del deleite.

Una semana más y nos hallaremos completamente asediados. Pero nadie retrocederá al encontrarse en el callejón sin salida de los sentidos. Iremos valientes en busca del peligro, con una capa de piel menos ( o dos o tres, ¿cualquiera sabe si uno es ya un molusco más que una persona?), admitiendo siquiera por unos días que esto, sobre todo esto, es un ser humano: embriagarse con la atmósfera de un planeta que ha ido a caer al lado de un río.

Van a atacarnos por todas partes, por cada uno de nuestros sentidos: por el tacto llevando las manos hasta la caricia de los mantos y el beso a lo sagrado; por el oído como diana de la música de las bandas clavando evocaciones; por el olfato recomponiéndose del suave mareo de la anestesia del azahar; por el gusto de manjares dulces como el de las torrijas o el salado de los pavías; por la vista que nunca acaba de creerse el famoso color especial de Sevilla…

¿Y yo?, que no estoy de acuerdo con eso de que los sevillanos no saben de resurrección. De lo que no sabemos los sevillanos es de pasión ni de muerte. De lo que entendemos de verdad los sevillanos es de vida. En eso somos auténticos expertos. ¿Qué es si no resurrección una Semana Santa como la nuestra, que ya se sabe el final de la historia y atraviesa los capítulos enardecida con un héroe de AMOR en mayúsculas? Vida, vida, vida… eso es lo que tiene Sevilla por sus cuatro costados que abarca la Giralda. ¿Qué gaita es esa de la resurrección? Ya hablaremos más despacio de eso. Otro día. Menos paso quiero con la cantinela de la resurrección. Si nadie se atreve con este bulo, yo sí. Pero he dicho que ya hablaremos más despacio…

Más despacio aún que esa forma de vivir que se nos echa encima en siete días. Esa forma de vivir humanizada para el regocijo, la reflexión, el júbilo, la oración y hasta el pecado. ¡Qué manera hermosa de caber el hombre entero para Dios entero! ¡Los dos a la par, Dios y hombre, completos sin que les falte la pieza de un sepulcro vacío! ¡Qué disparate!

¡Qué bueno! Esa forma de vivir y de ser de Sevilla y de Dios. Esa manera de existir que nos aguarda a todos, la que nos acecha desde el Domingo de Ramos en la bendita encerrona del alma de cada uno. No hay que temer y nadie, en verdad, teme. Sabemos que no es más que el asedio de cada año, de cada primavera, en la maravillosa trampa que nos tiende Sevilla, en el mandamiento nuevo de su nueva luz, la vieja luz de siempre que siempre es distinta, para que no olvidemos nunca que somos seres humanos, hijos de Dios, prójimos los unos con los otros. Y, con perdón, yo creo que eso ya es la Resurrección y la Vida.

(*) José María Fuertes es cantautor y abogado

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