La artista Uta Geub realiza un   mural para el Instituto Andaluz de Tecnología (IAT)

La artista Uta Geub realiza un mural para el Instituto Andaluz de Tecnología (IAT)

Con motivo de su 20 aniversario el IAT (Instituto de Innovación y Tecnología) se va a inaugurar este jueves 17 a las 10,30 de la mañana en la sede de esta institución, un mural de la artista Uta Geub. Representa la historia de la innovación, el arte y la gestión sostenible. La inauguración estará presidida por Isaías Pérez Saldaña, Presidente de Cartuja 93, y por Luis Calvo, presidente del IAT.

El ser humano es el último mono de este planeta nuestro, y no sólo porque lo refieran los mitos desde sus primeras explicaciones balbucientes, sino porque así lo confirma también, muchos milenios después, la ciencia que descubre en nosotros el último eslabón de una progresión natural que nos impulsa hacia el infinito. En esa imparable carrera, hombres y mujeres sobrevuelan el compás de espera de todo ecosistema palpitante y el color impaciente de los punteros alumbramientos. Entre ciencia y raíz, entre sueño y tiempo, entre tecnología y naturaleza, la balanza de la supervivencia hemos de calibrarla nosotros. Y estamos en ello.

El Instituto Andaluz de Tecnología (IAT) inaugura un frontispicio polícromo, didáctico, ecológico, surrealista, jerárquico, global y alucinante que Uta Geub ha diseñado para este innovador templo cartujano sobre la base pictórica de lo que ella entiende por la verdad absoluta del I+D+i. Con la falta de complejos de Marinetti, la libertad onírica de Dalí y la genialidad cristalina de Picasso, esta pintora germana adoptada con duende por la desembocadura de nuestro gran río andaluz ha construido esta obra magna de matrimonio imperecedero entre arte y tecnología, entre naturaleza e invención. He aquí un puñado de claves para la exégesis de su tríptico.

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Firmamento. Por encima de todas las cosas, el Cielo; no un cielo atmosférico, divino o aeronáutico, sino un Cielo categórico e iniciático para todas las posibilidades imaginables en el orbe del que el hombre es dueño y señor pero donde tendrá que aprender a ser inquilino. Sobre las supremas nubes pueriles del pincel, el Ojo triangular que todo lo observa, que todo lo potencia, que todo lo juzga. La boca granate de un más allá insufla vientos a un más acá, para que comience a girar la rueda de la Vida. Y comienza, en efecto, con gotas de agua multicolor que caen con la feliz gracilidad de todos los empieces. Sobre este telón del Aire, la mano altiva del hombre, su ciencia y su técnica, tan capaces. El zepelín dirigible (que aspira al zepelín ocular de lo Supremo), las ruedas con sus engranajes (que giran al mismo son de las circunferencias eólicas), las aspas de un molino (que en su labor trinitaria describen la perfección del círculo genético, de génesis). Esta estampa superior levanta ya la sospecha de que el homo sapiens es, en rigor, un homo notarius, un fiel copista de la Naturaleza acabada. Aunque el hombre, más abajo, se empeñe en desmentirlo.
La rueda dentada de la derecha es también una gran lupa, uno de cuyos semicírculos inacabados se mantiene arriba y el otro, en la parte intermedia del tríptico. Fijémonos primero en el semicírculo superior. Tras la transparencia aumentativa de la lente, las gotas se convierten en fórmula química (H2O); las microscópicas células celestes, en una cadena rizada del ADN. Y así, tras esta inteligente mirada humana, la Vida fluye…, se derrama en verticalidad dual hacia nuestro mundo, donde ya océano y firme se miran frente a frente.

Tierra y mar. Ya en las dos partes inferiores del tríptico, la dualidad se hace patente, primero en Agua y Tierra y luego en sendos submundos abismales, con su Fuego en el magma profundísimo. La gran lente investigadora descubre aquí moléculas lumínicas con formas poligonales de colmena sistemática, cuyas celdas son ajustadas por una llave inventada por la mecánica del hombre, a imagen y semejanza, eso sí, de la perfección invertebrada. De los retoños más altos del olivo plantado se desprenden, al alimón, el dióxido de carbono (C2O) y el oxígeno (O2), envés y haz de la Vida en gerundio locomotor. Desde esta perspectiva, uno comprende ya que esas ruedas dentadas que conforman el corazón de la obra no son independientes, sino que se conectan a través de la sístole y diástole de sus engranajes, como las tres clásicas ruedas de la Fortuna cuyo símbolo mira con ojos de búho, ave nocturna de la suerte y la sabiduría, contemplativa sobre una rama del Árbol de la Vida. Lo que ve el rapaz lo mira también el hombre: la fuerza imantada de una gran herradura que transmite el dinamismo de las alturas a la savia que ha de transformarse en olivas, por ejemplo, aunque el ejemplo no sea casual sino ejemplar, claro, integrante de otro tríptico vegetal y vivísimo con el maíz de allende el Atlántico y la vid de allende los tiempos. Enfrente, y en el límite anfibio del cuadro, la rueda más pequeña y definitiva, en cuyo centro se atisba la estrella de seis puntas que es también un copo de nieve, o al menos el icono que nuestra tecnología ha hecho de él. A la altura simétrica de la tierra firme, un velero surca un oleaje que se suaviza conforme descendemos la mirada y la fuerza hidráulica de las mareas. Sobre una de las velas, no sólo el viento que poetizó Alberti, sino el compás galileo que mide en la proporción que la Naturaleza le permite su exacta latitud en el azul salado. Es decir, arte y tecnología al son de la pleamar.

Submundos. Bajo la quilla del barco, las gamas de la profundización científica, guiadas por el eje de su mástil. Al igual que las raíces de la tronca del olivo se pierden en las profundidades del tiempo interior de la tierra, ligadas a ese reloj de arena que irradia su amarillo como un faro subterráneo, el mástil del barco estructura el fondo oceánico hasta sus raíces abisales. Ejerciendo de ecuador de tal paralelismo, las circunferencias concéntricas del núcleo terráqueo, como un sol inverso en lo más hondo del Fuego interno de Mamá Tierra. Los haces de luces y sombras en las aguas centellean sobre un submarino al que se acercan caballitos de mar y peces de colores porque no es una máquina de matar, sino un artificio técnico de la inagotable curiosidad humana. Sobre todo ello, la red que arrastra el velero lleva las siglas del Instituto Andaluz de Tecnología, un hallazgo a media altura entre la ciencia y la técnica que no teme reflejarse en el espejo cóncavo de la naturaleza y el arte. En el otro extremo de esta última hoja del tríptico, se atisba un detalle ultramarino: un nudo de maromas minúsculas del que pende el reloj del tiempo cuya arena no sabemos cuánto tardará en bajar. Recuérdese que la fuerza de una cadena es la de su eslabón más débil y, en este caso, la fortaleza del olivo, con todo su imán absorbente del entero firmamento, se amarra tan sólo a ese hilo de la Vida bajo la superficie de la conciencia, sobre los acuíferos esenciales en los que crecen y se desarrollan raíces y caracolas. Más abajo aún, el túnel, no se sabe si del tiempo o de la ciencia ya sin raíces al que sólo nos podría conducir la imaginación. En cualquier caso, también hasta ese túnel de perspectiva cónica nos arrastra nuestro afán tecnológico sobre unas vías férreas que aquí se adentran en lo desconocido o sobre un tablero de ajedrez del que sólo asoman una porción bicolor y unas piezas perdidas asimismo en la noche de los tiempos.
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Las vanguardias de hace tan sólo un siglo se subieron al cohete loco de la ciencia sin raíces que Lorca descubriera a su pesar en New York, pero tanto artistas como científicos no tardaron en arrojarse al vacío tan pronto como descubrieron el espejismo de tanta deshumanización. Ni el centenario Futurismo con sus artificios ni las cruentas guerras modernas con su saldo de cadáveres nos convencieron de ninguna infalibilidad. Y hubo un instante en que nació la ya enraizada conciencia de que la técnica no es más que la aprendiz más precoz de la madre Natura, la benjamina iluminada de la Naturaleza a la que jamás debiéramos haberle torcido el guión misterioso pero firme de la Vida. Aire, Tierra, Mar y Fuego son los cuatro puntos cardinales de este tríptico de vocación griega que señalan con vocación de futuro el Norte del Instituto Andaluz de Tecnología. No hay otro camino que el del respeto al Planeta. Hoy también el hombre sale de la Tierra.
TEXTO: Álvaro Romero Bernal

UTA GEUB

Uta Rut Geub (Freiburg, Alemania, 1971) es una pintora andaluza pese a su origen, pese a su nombre y pese a su angélica blancura. Precoz artista del pincel, aprenderá Bellas Artes y Diseño en su patria natal, pero después de recorrer los principales focos del arte –desde Zúrich a Nueva York, pasando por Ámsterdam o la Alsacia francesa– descubrirá en Andalucía el paraíso que se le había perdido a su inspiración incompleta. Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) será desde 2002, ya y hasta ahora, su rincón preferido desde el que hacer irradiar la luz de todas sus obras. No en vano, el gigantesco mural que hoy se inaugura en el Instituto Andaluz de Tecnología (IAT) fue concebido y ejecutado en otra catedral de las muchas que se permite nuestra tierra: una bodega en la tierra de la manzanilla.
Influida en principio por Rauschenberg y Andy Warhol, Uta Geub conseguirá su propio estilo en los albores de este siglo XXI, cuando fugazmente consiga exponer en las principales ciudades de Cádiz y gane el concurso del cartel anunciador del Carnaval de Chipiona el mismo año en que las fiestas de don Carnal fueron cantadas por una pregonera de excepción: Rocío Jurado.
Tras estos comienzos al amparo de la Tacita de Plata, llegarán exposiciones en la Galería de Arte Animation and Fine Art Gallery, en Carolina del Norte (EEUU), en la Galería de Arte Artium, en Zúrich (Suiza), país donde se la considera un valor indiscutible de la pintura actual. No en vano han vuelto a reclamar sus pinturas en innumerables ocasiones. A partir de 2004, le llegarán encargos del Salón Internacional del Caballo (SICAB), cuyo cartel ha pintado este año; del Ateneo de Sevilla, donde expone un remake de Velázquez que cosecha un rotundo éxito y, en 2008, un calendario del que se sacan más de 5.000 copias; de la Delegación de Fiestas Mayores de la capital hispalense, que el año pasado le dio la posibilidad de mostrar su talento para anunciar la Fiestas de Primavera. La ciudad del Guadalquivir, que recibe el arte de Uta como un regalo río arriba, le encargará también en 2007 el cartel anunciador de las Carreras de Caballos del Hipódromo de Pineda.
Desde Sanlúcar, la duquesa Luisa Isabel Álvarez de Toledo, presidenta de la Fundación Casa Medina Sidonia y a la sazón su gran amiga, advertirá poco antes de su viaje definitivo: “La primera vez que vi un cuadro de Uta, evoqué dos conceptos: color y movimiento. Después descubrí en su obra fuerza e ironía. Todo debidamente dosificado. En extraña simbiosis del racionalismo alemán, con la espontaneidad brillante y desordenada de lo andaluz, Uta observa, recoge sensaciones y las plasma, dándole una vida que nosotros, pobres seres normales, no encontramos y no sabemos descubrir”.

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